Ninguna visita a Múnich está completa sin un recorrido por el Münchner Nationaltheater. El majestuoso Teatro Nacional de la capital bávara es sede de la Bayerische Staatsoper, lo que lo convierte en uno de los templos de peregrinación para los aficionados a la música clásica, atrayendo cada año a miles de visitantes, especialmente durante la “temporada de ópera”.
Situado en la Max-Joseph-Platz, frente a la Spatenhaus, la elegante cervecería del pionero de la Lager, pocos saben que el Teatro Nacional mantiene una curiosa relación con la cerveza. El antecesor más importante del Nationaltheater fue el Teatro de Cuvilliés. Diseñado por el arquitecto francés de mismo nombre e inaugurado en 1755, el Cuvilliés pronto demostró ser demasiado pequeño para un público creciente al que le apasionaba la música, de ahí que el elector de Baviera, Karl Theodor, decidiese embarcarse en la construcción de un nuevo edificio.
Pasarían décadas hasta que los muniqueses pudiesen asistir a una representación; la falta de financiación, la indecisión ante las ideas presentadas, y sobre todo las Guerras Napoleónicas, retrasaron la empresa hasta 1811, cuando el rey Maximiliano I José colocó la primera piedra de un proyecto firmado por el arquitecto Karl von Fische. Un año antes, el propio Maximiliano había sido el encargado de organizar la boda de su hijo Luis con la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen, ceremonia que sería el germen de la Oktoberfest, la colosal fiesta de la cerveza que ha llegado hasta nuestros días.
Finalmente, el teatro se inauguró el 12 de octubre de 1818 con la representación de la ópera Die Weihe (La consagración) de Ferdinand Fränzl, pero su vida sería terriblemente efímera. Como muchos otros, el Nationaltheater fue víctima de una adversidad no achacable a la actividad que amparaba. Los materiales con los que se construían y decoraban los teatros los hacían propicios a los incendios y al muniqués le tocó su turno hace ahora doscientos años.
Fue durante la representación del 14 de enero de 1823 de Die Beyden Füchse, ópera cómica del compositor francés Étienne Méhul. Las llamas prendieron en una parte del decorado y pronto llegaron al telón, siendo imposible sofocarlas pese a contar con medidas contraincendios. El frío había congelado el agua de los sistemas de extinción. Con el teatro perdido, pero todavía con un claro riesgo de que el fuego se extendiese por la ciudad, Maximiliano I José ordenó que se trajese cerveza de la Hofbräuhaus, la fábrica de cerveza real de la cercana am Platzl.
No tenemos constancia de qué tipo de cerveza se trataba, pero muy probablemente fuese Weissbier, ya que por aquel entonces todavía era uno de los estilos más populares de la fábrica. De cualquier forma, la cerveza de la HB, tal como había hecho doscientos años antes, contribuyó a la salvación de Múnich. En aquella ocasión, 344 barriles de su Maibock habían impedido que el ejército sueco que ocupaba la ciudad en el marco de la Guerra de los Treinta Años, la saquease e incendiase.
Las obras de reconstrucción del Nationaltheater comenzaron prácticamente de inmediato y solo dos años después reabría sus puertas con un nuevo rey en el trono. Luis I, también sería el monarca que, mediante un decreto, otorgaría la licencia para que la cerveza y la comida se sirviese a los «ciudadanos comunes” en la Hofbräuhaus. Si la cerveza había apaciguado el fuego, ¿por qué no podía hacer lo mismo con las aspiraciones republicanas de la plebe?