Movimientos como el Black Lives Matter han vuelto a traer al primer plano las situaciones de discriminación que padecen los afroamericanos. Entre los numerosos casos en los que el conflicto racial terminó desembocando en violencia destaca la Atlanta Race Riot. En estos disturbios que asolaron algunos barrios de la capital de Georgia el 22 de septiembre de 1906, la cerveza también jugó su papel.
Atlanta nació en 1837 alrededor de la terminal del Ferrocarril Western & Atlantic. Esta privilegiada situación en la red ferroviaria hizo que la ciudad pronto se convirtiese en un importante centro comercial del que salían y llegaban grandes cantidades de mercancías. La localización también favoreció la aparición de salones, el modelo hostelero de la época que era usado por las cerveceras estadounidenses para vender sus productos. Los historiadores destacan el elevado número de este tipo de establecimientos, ya que en el año 1885 funcionaban 118 salones en Atlanta, cifra sorprendente para tratarse de una ciudad relativamente nueva que solo tenía unas 50.000 viviendas.
La pujanza de Atlanta había atraído a una gran cantidad de esclavos libertos tras la Guerra de Secesión en busca de trabajo. Este aluvión fue el germen de los sentimientos racistas de la clase trabajadora blanca sureña, que argumentaba la pérdida de sus empleos a causa de unos competidores dispuestos a trabajar por salarios más bajos. De cualquier forma, Atlanta se convirtió en una de las primeras ciudades de Estados Unidos en las que se formó una clase media de color y un importante número de empresas dirigidas por hijos de esclavos.
Lejos de atemperar el malestar de aquellos blancos que sentían haber perdido los privilegios que les otorgaba el color de la piel, políticos y prensa potenciaron el racismo con el único objetivo de ganar votos y vender más periódicos. Eso fue lo que sucedió el sábado 22 de septiembre de 1906, cuando los diarios locales de la tarde se hicieron eco de los rumores de la supuesta agresión sexual cometida contra mujeres blancas por varios hombres negros.
Antes de cenar, grupos de blancos comenzaron a golpear y acuchillar a negros que salían del Vendome Lounge, un salón situado en la confluencia de las avenidas Auburn y Piedmon. Propiedad de Charley Mosley, el Vendome era el único salón regentado por un afroamericano, lo que atraía cada noche a decenas de clientes de color.
Con sus buenas dotes de comunicación y un legendario encanto personal, Mosley había conseguido la licencia para la venta de cerveza, permiso muy complicado de obtener desde 1887, cuando las autoridades elevaron las tasas de tal manera que fuese solamente accesible para los blancos. Al final de la noche, la turba estaba formada por más de 10.000 hombres que arrasaron el Vendome y otros locales en calles próximas. Estos salones, si bien estaban gestionados por blancos, atendían a negros en zonas independientes. Además de la muerte de una treintena de personas —en su mayoría afroamericanos– la noche del Atlanta Race Riot tuvo graves consecuencias para la industria cervecera estadounidenses.
Una vez la situación se calmó, políticos y periodistas volvieron al juego sucio, buscando endurecer las leyes segregacionistas. El Movimiento por la Templanza que perseguía la prohibición del alcohol convirtió a las víctimas en verdugos y en pocas semanas se culpabilizaba a la supuesta embriaguez de los ciudadanos negros de las revueltas. Los salones que servían a negros se convirtieron en una amenaza para la sociedad y, en 1907, el Movimiento por la Templanza consiguió que el estado de Georgia prohibiese la producción, venta y transporte de alcohol. Georgia se anticipó en 12 años a la Ley Seca que entraría en vigor en todo el país.
La medida no solo puso fin a los prósperos negocios hosteleros de la ciudad y favoreció el contrabando de licor, sino que terminó con las primeras fábricas gestionadas por cerveceros negros, alejándolos de esta actividad hasta tiempos muy recientes.
Atlanta viviría otro Riot en el verano de 1966. Desgraciadamente, en esta ocasión, la cerveza, aunque secundaria, también jugó un papel. Una lata de cerveza en la mano fue la excusa para que un guardia de seguridad le negase la entrada al Flamingo Grill a un hombre de color. Esto desencadenó semanas de violentas revueltas.