1906 fue un año crucial en la vida del pintor mexicano Diego Rivera, uno de los artistas más importantes del siglo XX con el que compartimos apellido.
Ese año, que también sería capital para Estrella Galicia, marcó el despegue profesional de Diego. Se unió al grupo de artistas e intelectuales de Savia Moderna y participó en diversas exposiciones, pero fue la retirada de la asignación gubernamental de la que disfrutaba lo que le hizo replantearse su carrera y decidir buscar nuevos horizontes en Europa, para donde partió en diciembre de 1906.
En esa aventura contó con el apoyo del gobernador Teodoro Dehesa, que a cambio de dos obras anuales en las que demostrase sus avances le otorgó una beca por cuatro años.
Su primera parada fue Madrid. Se encontró con una ciudad revuelta a causa de la subida desproporcionada del precio del pan. Allí, bajo la influencia de Eduardo Chicharro, estudió a los artistas expuestos en el Museo del Prado y el realismo costumbrista de la pintura española. Mientras, tuvo oportunidad de descubrir la vida de la capital de un país en el que la cerveza iba encontrando su hueco.
Esas experiencias quedaron magníficamente reflejadas en un autorretrato pintado a óleo, el primero de la veintena que haría a lo largo de su vida. En Autorretrato con Chambergo, un joven Rivera ataviado con un sombrero de ala ancha oscuro aparece fumando en pipa mientras disfruta de una cerveza. Es una pintura que para algunos especialistas supone una despedida de su primera etapa. Un preludio a todo lo que estaba por llegar en el París cubista.
LA ETAPA FRANCESA DE DIEGO RIVERA
En la capital francesa se establece en el Hotel de Suisse y entra en contacto con los principales artistas del momento, viajando a otros países, regresando periódicamente a España para preparar las obras que enviará a México para una exposición que se inaugurará justo dos días después del comienzo de la Revolución Mexicana.
En su estancia en París, Diego entabla amistad con el pintor, dibujante y escultor italiano Amadeo Modigliani, convirtiéndose en un habitual de los cafés de Montparnasse. Ese idilio tiene su traslación gráfica en varias obras, destacando Ferrocarril sobre Montparnasse, y sobre todo en Le Bock, ambas pintadas en 1917, en plena Primera Guerra Mundial.
En Le Bock, Rivera representa una jarra de cerveza y es una obra que, en palabras de Paloma Esteban Leal, conservadora del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía —donde se expone el cuadro–«es un estallido de color, con sus intensas tonalidades azules y anaranjadas, que encuentran el contrapunto en las pequeñas zonas resueltas en clave puntillista, asimismo un homenaje del artista mexicano a la personal factura cubista de Juan Gris».
Sin duda, tal como sostiene Esteban Leal, existe una gran diferencia cromática y la legibilidad entre este Le Bock y otras obras del movimiento. Quizá, en esa línea y centrándonos en un posible ‘cubismo cervecero’, la más conocida sería La Bouteille de Bass, pintada por Pablo Picasso en los años previos a la Gran Guerra, cuando los cafés parisinos se llenaban de cervezas importadas de Inglaterra, como la exitosa Pale Ale de Burton-on-Trent.
EL ESCÁNDALO DEL MURAL
En 1921, José Vasconcelos, recién nombrado secretario de Instrucción Pública de México, inicia un vasto programa de difusión cultural en el país que incluía escuelas rurales, edición de libros y campañas de promoción de la lectura. Un año antes, cuando Vasconcelos era rector de la Universidad de México, había animado a Diego Rivera a que visitase Italia y conociese el arte renacentista.
Buscaba que el pintor lograse formar un discurso artístico adecuado para el gran público del México posrevolucionario. Vasconcelos tenía en mente la elaboración de pinturas murales en edificios públicos y quería que Rivera regresase a México y participase en él, algo que consiguió.
En 1922 el artista pinta en el Anfiteatro Bolivar de la Escuela Nacional Preparatoria, La Creación. Es su primer mural y con él da inicio al estilo figurativo por el que acabaría siendo conocido mundialmente. Solo un año después, Rivera protagonizaría una polémica que, si bien no llegó al escándalo de la destrucción de sus murales en el edificio de la RCA en Nueva York por pintar el rostro de Lenin, sí que tuvo su repercusión, jugando en ella la cerveza un papel tangencial.
El nuevo encargo de Vasconcelos consistía en un mural para la pared del primer piso del edificio de la Secretaría de Educación Pública de la ciudad de México en el que apareciesen los escudos de los estados mexicanos. La petición sorprendió a Rivera, ya que algunos estados carecían de un escudo oficial y de otros era imposible encontrar una imagen ya que se remontaba a la época colonial española. Ese fue el caso de Sinaloa.
Al parecer, tras buscar infructuosamente una imagen heráldica, Rivera optó por crear un nuevo escudo inspirándose en la etiqueta de claros tintes marineros de la Gran Cervecería del Pacífico, una fábrica abierta en la localidad sinaloense de Mazatlán en 1900. La imagen, formada por cinco sirenas enmarcando un ancla central, fue inmediatamente reconocida por los intelectuales locales, formándose un gran escándalo en el que incluso llegó a participar el Canciller de México, Genaro Estrada, que explicó la situación de una forma no exenta de ironía: «urgido cierto famoso artífice al pintar en uno de los muros de la SEP los escudos de todos los estados de la república en muchos casos tuvo que recurrir a su prodigiosa imaginación por carecer de originales auténticos, llegado el turno a Sinaloa y encontrándose perplejo nuestro pintor frente al peliagudo problema fue a dar milagrosamente con la etiqueta de una cervecería mazatleca. No necesitó más para salir del atolladero».
Finalmente, tras varias propuestas y un análisis heráldico, el escudo de Sinaloa sería encargado a otro artista, algo que no pareció incomodar a Rivera, que siguió trabajando para el gobierno y disfrutando de la cerveza, especialmente cuando contrajo matrimonio con Frida Khalo, que era una gran aficionada a esta bebida.
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