Declarada en 2016 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, la cerveza belga acaba de inaugurar un centro de visita en el que se presenta la riqueza cultural que rodea a esta bebida.
Es cierto que los cerveceros del país fueron pioneros en promocionar sus productos a través de jornadas de puertas abiertas como el Tour de Geuze y grandes eventos populares como el Belgian Beer Weekend. También se adelantaron a otros colegas europeos en habilitar sus fábricas para las visitas, convirtiendo esos tours en un elemento imprescindible en cualquier recorrido por el país. Lo que le faltaba hasta este momento a la cerveza belga era un lugar en el que se narrase de forma ordenada la historia de la bebida en el país y la importancia de sus productores y estilos para la cultura cervecera mundial.
Durante décadas —al margen de algún museo privado—, el único espacio destinado a este fin lo albergaban los sótanos de la Maison des Brasseurs, la sede del gremio de los cerveceros belgas. Situado en la Grand Place de Bruselas, la edificación es magnífica, pero la exposición resultaba decepcionante para la mayoría que se acercaban a ella.
Afortunadamente, desde el 9 de septiembre, la cerveza belga ya tiene un nuevo escaparate. Está muy cerca de la mencionada Grand Place, concretamente en el majestuoso edificio neorenacentista de la antigua Bolsa de Bruselas. Tras varios años de renovación y una inversión de 96 millones de euros «La Bourse/De Beurs» acoge ahora el Belgian Beer World, un espacio en se presenta como el lugar al que ir si se quiere saber más sobre las 430 cervecerías que operan en el país, las 1.600 etiquetas que se comercializan, la «Belgitude» (la identidad belga) que distingue a la cerveza belga de las demás en la que cada marca debe servirse en su propio vaso, así como los diferentes métodos de fermentación.
El nuevo centro, que espera acoger 400.000 visitantes al año, muestra la producción en la Edad Media, cuando la cerveza era una alternativa segura al agua contaminada y se introducía el lúpulo como conservante, hasta nuestros días. El recorrido finaliza con una cerveza, sugerida por un barman virtual, en el bar de la terraza en la azotea del edificio.
«Es muy típico de Bélgica. Somos demasiado modestos. Somos como el que dice ‘tal vez no sea necesario’», comentó el alcalde de Bruselas, Philippe Close, durante el acto de inauguración ante las preguntas de por qué la capital belga había tardado tanto en tener un espacio así y promover la cultura cervecera de una forma similar a la que hacen ciudades como Dublín y Ámsterdam.
Levantado entre 1868 y 1873 por el arquitecto belga Léon-Pierre Suys, para la construcción de La Bourse fue necesario demoler varias cervecerías a orillas del río Senne. La construcción funcionó como bolsa de valores hasta 1996, cuando se fusionó con las bolsas de Ámsterdam, Lisboa y París, formando Euronext.
La monumental escalera flanqueada por dos grandes leones, las columnas corintias, el frontón, así como una abundante y rica decoración de la que se encargó el taller de Albert-Ernest Carrier Belleuse en un momento que contaba con Auguste Rodin como ayudante, dan forma a un edificio construido sobre los vestigios de un convento franciscano del siglo XIII.
El museo ocupa gran parte del edificio, pero también alberga un restaurante, espacios de trabajo, un bar en la azotea, una tienda especializada en cerveza, así como el Bruxella 1238, un espacio arqueológico en los cimientos del edificio que, según dicen, alberga la tumba de Gambrinus, el legendario rey cervecero.
La Bolsa y el museo cervecero de la segunda planta funcionan como empresas privadas pero supervisadas por la administración pública ya que la renovación se llevó a cabo mediante un acuerdo entre diferentes administraciones y entidades privadas entre las que se encuentran el Fondo Europeo de Desarrollo Regional de la UE, el gobierno federal de Bélgica, el gobierno de la ciudad de Bruselas y más de un centenar de fábricas de cerveza. La mayoría de estas tienen sus productos disponibles en la Boutique de la Bourse y en el Beer Lab, el sky bar de la Bolsa que cuenta con unos 50 grifos.
Inauguración con polémica
Krishan Maudgal, director de la Asociación de Cerveceros Belgas, ente que contribuyó financieramente al proyecto museo (el coste del mismo se estima en 10 millones de euros), destacó durante la inauguración que entre las experiencias que ofrece el Belgian Beer World está la visita con un barman virtual que ayudará a las personas a «descubrir la gran diversidad de colores y sabores que tiene la cerveza belga. Los visitantes son guiados a través del concepto del gusto, un sentido que es a la vez universal y, sobre todo, personal».
Algunos especialistas en la cultura belga no escatimaron críticas a estas palabras al mismo tiempo que manifestaban su decepción ante la escasa oferta del museo. Nadie niega que el trabajo realizado por los arquitectos BEAU (Bureau d’Etudes en Architectures Urbaines, Popoff, y Robbrecht en Daem) en este espacio de 12.000 m² y cinco plantas resulta espectacular en una primera visita, pero la presencia cervecera y la experiencia resulta escasa en comparación a lo que un turista puede encontrarse en las mencionadas Dublín o Ámsterdam.
De las críticas de los visitantes cerveceros tampoco ha escapado el elevado coste de la entrada (un adulto tendrá que desembolsar 17 euros) y la escenografía, diseñada por un grupo de estudiantes de la Real Academia de Bellas Artes de Bruselas y de la Escuela Superior de Arte de Bruselas, para muchos demasiado atrevida en un concepto que pretende rendir homenaje a la historia.
Como uno de los edificios más centrales y emblemáticos de Bruselas, se supone que el sitio sirve como pasaje y punto de encuentro para todas las personas, pero con el atractivo adicional de brindar a los visitantes una visión de la cultura y la historia de la cerveza belga.
A estas opiniones se suman las de algunos fabricantes independientes que se han quedado fuera del museo. En una reciente entrevista, Jean-Pierre Van Roy, propietario de Cantillon, la cercana cervecería especializada en Lambic, criticó al Belgian Beer World, a la Unión Europea y a la Bolsa de Valores por esencialmente conspirar con los mayores cerveceros del país para promocionar sus propios productos para poder atraer más dinero.
«No es un museo. Considero que lo que se ha hecho en la Bolsa es ante todo una operación comercial de las grandes cervecerías, sin duda con la idea de poner en valor las grandes marcas», afirmó Van Roy.
«No se persigue absolutamente ningún objetivo cultural en este llamado patrimonio. Me dijeron que presentar una botella en un escaparate cuesta 1.500 euros al año. Creo que ya hemos pagado bastante todos, lo que demuestra la verdadera intención, la intención comercial de realizar una transacción financiera», añadió.
Nel Vandevannet, de Belgian Beer World, negó esta acusación y afirmó en otra entrevista a Euronews que todos los cerveceros eran bienvenidos. «Por supuesto, tenemos cervecerías muy grandes en el proyecto, pero también tenemos cervecerías muy pequeñas desde el norte hasta el sur del país. En realidad se trata de cerveza belga. Me imagino que las cervecerías pequeñas o locales querrán que se preste más atención a su propia marca, Pero ese no es el propósito.
En realidad, estamos hablando de historia, de fermentación, de diversidad, pero no de atención específica a una u otra marca. Cualquiera puede unirse al proyecto si lo desea», concluyó Vandevannet.
Polémicas aparte, tanto Cantillon como Belgian Beer World, ya forman parte de los destinos para cualquier aficionado a la cerveza que visite Bruselas.