No son buenos tiempos para los pubs. Esa venerable institución de la cultura cervecera británica está viviendo uno de sus peores momentos. Hace solo unos días se anunció que la Elm Tree Tavern, un local de la bucólica Peterborough, sería demolida, poniendo fin a una historia de 100 años. El Elm Tree se unía a The Cherry Tree, Dog in a Doublet y Wortley Almshouses, establecimientos de la misma zona que juntos acreditaban casi quinientos años de actividad.
Aun así, el acontecimiento que más consternación ha causado ha tenido como protagonista a una public house que era conocida por su curiosa forma. El Crooked House hacía justicia a su nombre — Casa Torcida—, una peculiaridad que contribuía a que los parroquianos habituales tuviesen que compartir espacio con curiosos que se acercaban al pueblo de Himley, en Staffordshire, para comprobar los 16 grados de inclinación del suelo y las paredes del pub.
Construido en 1765, originalmente formó parte de una granja, pero cuando a principios del XIX se descubrió carbón en la región se transformó en una taberna en la que los mineros apagaban la sed tras las duras jornadas de trabajo. Fue precisamente esa actividad subterránea la causante de que el edificio comenzase a hundirse hasta el extremo de que un lado estaba un metro más bajo que el otro, lo que hacía que no pasase desapercibido.
La sucesión de compras y fusiones de la industria cervecera británica hizo que el Crooked House pasase por diferentes manos en el último siglo, para terminar en las de Marston’s, el fabricante de Burton-on-Trent que a principios de este verano decidió cerrarlo y ponerlo a la venta.
Se ocultó la identidad del comprador, pero los habitantes de Himley descubrieron que se trataba de una empresa inmobiliaria que solo estaba interesada en el solar. Inmediatamente se puso en marcha una campaña para dotar al pub de la protección que concede pertenecer al patrimonio histórico. No fueron lo suficientemente rápidos y este 5 de agosto, apenas una semana después de haber formalizado la venta, el edificio ardió hasta los cimientos y fue demolido menos de dos días después.
Con los ladrillos aún calientes y la convicción de que el incendio había sido provocado para rentabilizar la inversión —los bomberos no pudieron salvarlo porque grandes montículos de tierra bloqueaban el acceso—, los incondicionales del Crooked House comenzaron a acampar en las proximidades. De esta forma no solo consiguieron evitar que los escombros fuesen retirados, sino que atrajeron la atención de la prensa nacional, extendiendo la protesta por todo el Reino Unido e iniciando una campaña de recaudación de fondos para la reconstrucción del pub.
El último capítulo de esta historia corrobora la parte turbia del asunto. El 24 de agosto la policía detuvo a dos hombres acusados de haber provocado el fuego, práctica en la que, según The Guardian, los nuevos propietarios del pub ya tenían experiencia.
No se sabe si el Crooked resurgirá de sus cenizas, ni si se cumplirán las promesas de los políticos para proteger mejor a los pubs y a los edificios históricos, pero de lo que no hay duda es de que estamos ante una víctima más de un mercado en declive.
El futuro de los pubs
Un estudio de la consultoría Price Bailey muestra que los cierres de pubs en el Reino Unido han alcanzado los niveles más altos de la historia. Tras la salida del negocio de 200 pubs en los primeros tres meses de este año, casi 225 locales cerraron en el segundo trimestre, lo que suma un total de 729 negocios clausurados en el último año. Esto representa un incremento del 80% con respecto al período 2021-2022.
A inicios de año, el incremento de la factura energética, la persistente inflación, el aumento de los precios y el debilitamiento de la demanda parecían ser los mayores problemas para el sector. Los cambios en las licencias y el impuesto sobre el alcohol, así como la falta de apoyo del gobierno se han unido, obstaculizado las posibilidades de recuperación, especialmente para los pubs independientes.
Se han buscado fórmulas para paliar estos factores con desiguales resultados. La autorización de la venta de cerveza para el consumo en casa o la reducción de los horarios de atención a los días más rentables de la semana actuaron como un pequeño bálsamo, pero ahora es evidente que este supuesto beneficio se logra a costa de perder a los clientes habituales.
Ni siquiera Wetherspoon ha conseguido quedarse al margen, y en los últimos meses se ha visto obligado a cerrar una treintena de los 850 pubs que tenía a principios de año. A su propietario, el polémico Tim Martin, no le gustaron nada los titulares en los que se comentaban esos cierres y acusó a los medios de crear una «alarma innecesaria».
Martin, que siempre ha sabido sacar partido de cualquier situación —fue uno de los grandes promotores del Brexit, pero sigue vendiendo cervezas continentales, aunque ahora muchas de ellas estén elaboradas en el Reino Unido—, aprovechó el momento para dar un poco de cal y otro poco de arena. Presumió de los resultados económicos de Wetherspoon, que con unas ventas 2.000 millones de libras anuales ha incrementado en 100 millones la facturación previa a la pandemia, al mismo tiempo que advertía del riesgo de acabar teniendo que pagar por una pinta 10 libras.
Conocidos por la amplísima oferta de bebida y comida, y sobre todo por sus bajos precios, esa evolución del mercado probablemente acabase con el modelo de Wetherspoon y Martin tendría que jubilarse antes de lo que desea.