Incluida en la lista internacional de estupefacientes elaborada por la ONU, más allá de los principales lugares de su producción —Colombia ocupa el primer puesto en su cultivo a nivel global, Bolivia se sitúa en el tercero— el resto del mundo pone el foco en los efectos nocivos de esta variedad vegetal y su vinculación con las drogas al ser la materia prima de la que se obtiene la cocaína.
Frente a eso, los que abogan por promover su despenalización acentúan su valor tradicional, sus ventajas para la salud y subrayan que la hoja de coca, por sí misma, no es una droga.
La lucha de Bolivia por defender la hoja de coca como patrimonio cultural
En el caso de Bolivia, cuando Evo Morales llegó al poder, el primer presidente indígena inició una importante campaña tanto a nivel nacional como internacional en defensa del vegetal. Así, en 2017 promulgó una nueva ley en el país andino que duplicó el área permitida para el cultivo legal de coca, elevándola a 22.000 hectáreas frente a las 12.000 hectáreas que la legislación anterior permitía que fuesen utilizadas para plantar coca en su nación.
Previamente ya había conseguido que la Constitución de 2009 declarara a la hoja de coca como patrimonio cultural e inmaterial y un factor de cohesión social, subrayando que en su forma natural no se trata de un estupefaciente. Tal es su importancia que el 11 de enero se celebra en Bolivia el Día del Acullico -así se denomina el acto de mascar hojas de coca- y desde 2013 una reserva legal permite que se desarrolle tal práctica.
A nivel internacional, sin embargo, la Lista I de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes sigue incluyéndola y por ello ya en 2011 Morales había exhortado que el organismo internacional promoviese su retirada, negando su carácter tóxico. Una petición que fue rechazada por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), el órgano encargado de definir qué sustancias están sujetas a tal control.
Controversias y realidades de la hoja de coca en los países andinos
Países como Estados Unidos han mostrado todo este tiempo una postura reacia a la exclusión del listado pese a que los países andinos siempre han considerado que su penalización supone un agravio y “error histórico” —expresión empleada en la carta que el presidente Luis Arce envió a la ONU solicitando las gestiones de despenalización— para con los pueblos indígenas.
Entre estos, la hoja de coca forma parte de su día a día desde tiempos inmemoriales. Su mascado siempre ha servido para mitigar el hambre y luchar contra el cansancio, es uno de los remedios naturales contra el mal de altura -se ofrece incluso a los visitantes para este fin- y está presente en un gran número de ritos tradicionales. Se considera sagrada.
De su cultivo dependen más de 70.000 cocaleros en el país y el comercio de esta hoja de coca genera anualmente para Bolivia aproximadamente 279 millones, lo que representa un 0,6% de su Producto Interno Bruto. Si bien el límite en su cultivo está en las 22 mil hectáreas referidas existen datos de que las plantaciones alcanzan casi las 30 mil hectáreas, una cifra que el ejecutivo lucha por reducir.
Su aplicación más extendida pasa por destinarla al mascado y a infusiones, pero numerosos productos bolivianos la incorporan en sus recetas. Champús, cremas, dulces, todo vale para que esté presente. La cerveza también se ha unido a esta tendencia.
El Viejo Roble y la revolución de la Coca Beer
Coca Beer es la reciente apuesta de una destilería del país de los Andes -El Viejo Roble- que ya produce vodka y ron y licores de coca, que suelen encontrarse en los aeropuertos como reclamo para turistas. La nueva cerveza incorpora hoja de coca —macerada en barriles durante tres meses— que aportará el sabor dulzón que sirva para contrarrestar el amargor tradicional del zumo de cebada, según palabras de Adrián Álvarez, responsable de la destilería.
Solo para la producción mensual de esta cerveza, Álvarez emplea unos 45 kilos de coca, adquiridos en el mercado de la coca de La Paz —uno de los dos únicos mercados de este producto que hay en Bolivia, el otro se encuentra en Cochabamba-. Lo hace con autorización del Estado ya que a partir de los 23 kilos-o 50 libras- es necesario contar con un permiso estatal para comprarla o venderla.
Para Álvarez, la despenalización es clave para que el resto del mundo abandone la visión estigmatizada que mantiene de este ingrediente y que las iniciativas de los emprendedores de la última década dejen de estar limitadas a pequeñas ferias y se abran, al fin, al mundo.
De ahí la insistencia en las peticiones nacionales a la ONU y de ahí el giro que se ha observado con la última solicitud remitida, a la que Colombia también se ha adherido. Por primera vez la OMS parece dispuesta a ceder en la reivindicación histórica y designar un grupo de investigadores que analizarán las propiedades químicas, fisiológicas, naturales, medicinales, alimenticias, nutricionales de la hoja de coca, como anunció Juan Carlos Alurralde, secretario general de la Vicepresidencia de Bolivia.
Como resultado se podrá determinar el máximo del alcaloide que pueda contener cada producto lícito derivado de la hoja de coca para así poder exportarlo.
Interesantes propuestas de cerveza de coca en otros países latinoamericanos
El fenómeno de la cerveza de coca también se ha trasladado a naciones como Perú. Allí la bebida a base de este ingrediente —la fermentación de la hoja de coca requiere unas dos semanas a fin de extraer sus máximas propiedades– causa sensación. Sol Marcos, el productor responsable tras esta etiqueta, alabó las propiedades saludables de la hoja de coca, su carácter desinflamatorio y lo satisfactorio que resulta fabricar «una cerveza clásica con algo natural y, sobre todo, que es muy nutritivo». Destacó, asimismo, que la fermentación natural reduce la presencia alcohólica en el resultado final.
Por su parte, en Colombia, Nevada Cervecería cuenta con Happy Coca en su portafolio. La cervecera comenzó su andadura en 2014 pero la entusiasta acogida de sus productos los llevó poco después a modernizar y ampliar la capacidad de sus equipos, manteniéndose en el proceso siempre fieles a su idea de hacer una cerveza artesanal de primera calidad y respetando sus altos estándares de producción.
Para ello resultaba clave el agua —ingrediente esencial de toda cerveza que se precie— de la Sierra Nevada de Santa Marta y se instalaron en una capilla en la finca la Victoria (La Victoria Coffee) aprovechando un manantial allí existente. Dirigiendo la orquesta un maestro cervecero de origen alemán, Jonas Kohberger. De hecho, sus Happy Tucán y Happy Nebbi se hacen con su proverbial agua mineral y la malta de cebada importada, precisamente, de Alemania. Happy Colibrí se presenta como una Coffee Stout y la citada Happy Coca es una Pale Ale, elaborada con hoja de coca y agua de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Coca Pola: desde Tierradentro hasta Bogotá, resaltando la hoja de coca en la industria cervecera
Otro ejemplo del uso de la hoja de coca para fabricar cerveza en Colombia lo encontramos en Coca Pola. Un juego de palabras con la forma colombiana de referirse a la cerveza (pola). De su producción se encarga Coca Nasa, cuya fundadora es Fabiola Piñacue. Fabiola, indígena de Tierradentro, en el Cauca, destaca por poner en valor la hoja de coca, que siempre ha sido clave en la economía del pueblo nasa, sirviendo como moneda, como medio de intercambio.
Su empresa, ya constituida en 1998 cuenta con un amplio catálogo de productos que van más allá de la cerveza y el refresco de coca, incluyendo galletas, infusiones o ungüentos y dando empleo a 20 personas. Tiene una fábrica en Bogotá donde transforma la hoja de coca y un centro de acopio en el Cauca donde compra sus cosechas a los campesinos de la región.
En declaraciones a Efe en Bogotá, Piñacue critica que al llegar a la capital se encontró una postura en la que el vegetal se veía de forma estigmatizada, se lo quería hacer desaparecer. Frente a esa persecución su postura pasa por convencer de que «la hoja de coca es un alimento y se puede construir la paz alrededor» de ella, siendo una «propuesta muy sana, muy tranquila, muy desde las raíces de ancestrales y muy nuestra».
Para ella, prohibir no es la solución ya que el efecto que se genera es justo el contrario, pero subraya la complejidad del problema al apuntar que el abandono total del gobierno hasta ahora ha derivado en las prácticas ilegales y en la mala imagen y la vinculación casi automática del producto con el narcotráfico.
Muchos temen también que la lucha internacional por la despenalización derive en un perjuicio de los pueblos indígenas, favoreciendo la entrada de productores internacionales —tal como ocurrió con el cannabis en otros mercados— y que la búsqueda de una mejora económica para los cocaleros resulte ser, finalmente, una propuesta envenenada y llena de la toxicidad de la que carece la hoja de coca.
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