La consultoría de GlobalData, ha advertido que la presidencia 2.0 de Trump podría desencadenar cambios profundos, incluidos aranceles extremos y una mayor rivalidad con China. La industria de las bebidas está preocupada por la posibilidad de que Trump vuelva a utilizar los aranceles a las importaciones como herramienta para las disputas comerciales. Se pone como ejemplo el caso del whisky escocés.
Durante su primer mandato, impuso tasas de represalia a las importaciones de esta bebida entre octubre de 2019 y marzo de 2021, lo que provocó una pérdida estimada de 725 millones de euros en exportaciones. Está previsto que estos aranceles, así como otros que afectan a la cerveza, se revisen en junio de 2026.
Aranceles a las importaciones: ¿cómo afectan a la cerveza?
En la misma línea que GlobalData se ha pronunciado el gigante analista bursátil Bernstein en una nota en la que ponía cifra a esas sospechas y en la que hacía referencia a la declarada intención del reelecto presidente de imponer un arancel general del 10% —que según Drinks International, subiría hasta el 20%— a todas las importaciones que lleguen a los Estado Unidos. Arancel que en el caso de las importaciones procedentes de China ascendería hasta un hipotético y notable 60%.
Estas subidas afectarían igualmente a México, algo a lo que no es ajeno el país vecino, que ya ha visto perjudicadas las ventas de su destilado más clásico: el tequila. Trump perpetuaría así una línea continuista a lo ya experimentado en sus primeros cuatro años al frente de la Casa Blanca. Una estrategia política que le valió el sobrenombre de “Tariff man”, el hombre de los aranceles.
Esta dinámica, de confirmarse, afectará fundamentalmente, por pura lógica, a aquellos que desarrollen sus principales operaciones mercantiles en suelo estadounidense, importando la mayoría de sus productos a esta nación. En consecuencia, los efectos nocivos para las cuentas empresariales se reducirán si se importa poco a este país o si su actividad se desarrolla solo a nivel de mercado interior. No obstante, en la práctica, la conclusión no es tan simplista.
Así, atendiendo a los precedentes, cabe suponer que esta política provocará un efecto dominó. Ni un gigante asiático como el chino, ni mercados como el de la Unión Europea, quedarán impasibles ante esta pronosticada subida. No lo han hecho antes en otros mercados, por lo que EE.UU. no será una excepción. Así, los viticultores australianos llevan años de pérdidas por los impuestos chinos; el Bourbon tiene que hacer frente a la barrera comunitaria. A tal efecto, productores americanos ya han expresado su preocupación.
Constellation Brands, que si bien obtiene casi todos sus ingresos de Estados Unidos también tiene que importar una gran cantidad de sus productos y, principalmente la cerveza, de la vecina México; pero también empresas como Diageo -por su catálogo con scotch y tequila- o Rémy Cointreau, por el coñac, sufrirán las consecuencias. El impacto sería menor para Pernod Ricard, beneficiado porque su comercio está más orientado al mercado asiático; Campari, gracias a que Wild Turkey y Skyy son de fabricación estadounidense o para Moët Hennessy.
Los productos vinculados a una demarcación geográfica —el citado whisky escocés o irlandés, el champán, los ya mencionados tequila o coñac— serán otros de los damnificados. Algunos dirigentes ya han movido ficha. El primer ministro escocés, John Swinney, habida cuenta de las dificultades que la industria del whisky escocés había tenido con los aranceles en el pasado, insistió en su deseo de «hacer todo lo posible para evitar esos aranceles, lo que requerirá un compromiso con el gobierno del Reino Unido, quien tendrá que, con nuestro apoyo, argumentar firmemente contra los aranceles que podrían ser un obstáculo al comercio de whisky escocés».
¿Qué ocurrirá con las cervezas en lata?
Por otro lado, tampoco la cerveza quedará indemne ante esta agresiva política, y no solo a nivel ventas. La cadena de producción se verá afectada como ya había sucedido en el pasado por algo tan trascendental como la importación de aluminio, clave para la fabricación de latas. Cuando impuso un arancel del 10% a las importaciones de este material en 2018, la industria de la cerveza artesanal denunció los efectos en su actividad, manifestando que provocó un aumento de precio para los consumidores y una pérdida de 40.000 puestos de trabajo, de acuerdo con un estudio de 2018 del Beer Institute y la National Beer Wholesalers Association.
Nos encontramos ante un sector que lleva unos años de tendencia negativa y que, por tanto, sigue de cerca cualquier medida que podría afectar aún más a su supervivencia. Las cifras publicadas por la Brewers Association no son halagüeñas. Reflejan claramente los efectos de la reducción en el consumo de cerveza entre los particulares. El pasado año, el volumen de producción de esta bebida en EE.UU. disminuyó un 5,1% y la producción de cerveza artesanal se redujo un 1%. Tendencia que ha empeorado este 2024, donde el informe de la asociación reflejaba en junio, una caída de las ventas interanual ya del 2%.
Frente a los datos anteriores a la pandemia, el crecimiento se ha ralentizado de manera notable. En 2023 alcanzó un total de 9.906 cervecerías, un aumento neto de 72, al cerrar 405 establecimientos. Si bien algunos ven en la dinámica proteccionista de Trump una tabla salvadora, la posibilidad de que el consumidor vuelva a las marcas nacionales y una solución a su preocupación por la inflación y el aumento del precio de los ingredientes, otros consideran que su efecto positivo a corto plazo quedará revertido por otros paquetes de medidas que estudia la Administración del presidente.
Políticas fiscales, innovación y marcas bajo el mandato de Trump
Hay quien teme la llegada de un hipotético nuevo impuesto que busque reemplazar los ingresos que el ejecutivo dejará de ingresar como consecuencia de la posible exención del impuesto sobre la renta sobre las propinas que los empleados reciben en restaurantes y bares. Una pérdida para las arcas estatales de entre 10 a 25 mil millones de dólares que habrá de paliarse de alguna forma. A ello se une que una deducción del 20% en la tributación, ventaja de la que se beneficiaban determinadas sociedades —empresas unipersonales, asociaciones y corporaciones S— y muchas de ellas cervecerías, expirará en 2025.
También se pronostican recortes de fondos a las agencias federales en todos los ámbitos. Grandes avances en la producción cervecera, con el descubrimiento de cereales más resistentes o la creación de nuevos lúpulos, se deben precisamente a agencias como el Departamento Agrícola de aquel país. Con esta limitación en la inyección de fondos es de temer que aumentarán los obstáculos para aprobar nuevas etiquetas y que la innovación se ralentizará.
Aunque Bernstein apunte a que Brown-Forman, entre los productores de bebidas espirituosas, y Anheuser-Busch InBev y Molson Coors entre los cerveceros serán los beneficiados por esta política proteccionista, también habrá que coger con pinzas esas esperanzas, dada la pronosticada y temida reacción de los demás países. O dado que puedes tener al enemigo en casa, como le ha ocurrido a una marca como Bud Light de AB InBev. La etiqueta sufre un castigo de su público más fiel desde que en abril pasado contase en una campaña publicitaria con el influencer transgénero Dylan Mulvaney, algo que no gustó a los más conservadores y llevó a un desplome de sus ventas de un 30% en los meses siguientes.
Un castigo que supuso ser desbancada como la cerveza más vendida en Estados Unidos por Modelo Especial de Constellation Brands. No obstante, no será porque el presidente no haya intentado revertir esta tendencia. En una postura claramente partidista, durante su campaña apoyó abiertamente a Bud Light, solicitando a los consumidores que le diesen “una segunda oportunidad”, pues pese a que la unión con Mulvaney fue, según sus palabras, “un error de proporciones épicas” no es una empresa woke.
Obviando con ello, por un lado, que formalmente AB InBev es una empresa belga, y por otro, que vuelve a sus viejos términos de Make America Great Again pero solo para algunos, para los que él quiere. Queda también pendiente saber si finalmente publicará esa lista de nombres con la que amenazó estos meses: el de aquellas empresas que quieren destruir América. Quizás haya alguna cervecera entre ellas. Un nuevo mandato lleno de incertidumbres que habrá que seguir de cerca los próximos cuatro años.
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