Los orígenes del Día Internacional de la Mujer pueden establecerse en diferentes momentos, pero prácticamente todas las estudiosas del fenómeno coinciden que se origina en Estados Unidos. El 3 de mayo de 1908 es una de las fechas marcadas en rojo en la cronología. Ese día, en el teatro Garrick de Chicago, Corinne Brown y Gertrude Breslau Hunt pusieron voz a todas las mujeres que sufrían discriminación laboral, estaban oprimidas y carecían de derecho a voto.
Sesenta años atrás podríamos encontrar otro germen del día de la mujer. Un 19 de julio de 1849, en la ciudad de Seneca Falls, en el estado de Nueva York, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott, iniciaron el movimiento por los derechos de la mujer reclamando la extensión de los derechos civiles básicos a las mujeres, entre los que se incluía el derecho al voto y el derecho a la propiedad. Muy probablemente, Brown, Hunt, Stanton y Mott fueron la inspiración en la iniciativa de otra compatriota, esta vez en el sector de la cerveza.
En 2007, celebrando su primera década en el mundo de la cerveza, Teri Fahrendorf decidió emprender un viaje por carretera por Estados Unidos para conocer setenta de las cervecerías que más admiraba y realizar en algunas de ellas una colaboración. En ese viaje, bautizado como ‘The Pink Boots Tour’ en referencia al color de las botas de goma que le había regalado su suegra, Fahrendorf fue consciente de algo que ya intuía: las referencias a Ninkasi, a las alewives, a las brewsters o a Hildegarda de Bingen podían resultar muy románticas, pero la documentación de la presencia de la mujer en la historia de la cerveza era prácticamente inexistente.
Uno de los pocos nombres reales que con mucho esfuerzo podía encontrarse era el de la inglesa Susannah Oland. Emigrada a Canadá en 1865, a la muerte de su esposo, Oland abrió su fábrica — Moosehead, actualmente la cervecería independiente más antigua del país— pero tuvo que ocultar durante toda su vida que detrás del negocio estaba una mujer.
Tras seis meses de viaje y más de veinte mil kilómetros recorridos, Fahrendorf llegó a la conclusión de que, dejando de lado las cifras reales, las mujeres que trabajaban en la industria estaban tremendamente solas. «Este era el enemigo más feroz y silencioso a las aspiraciones femeninas en la industria. Faltaba una red que conectase, un medio donde compartir experiencias, anécdotas, donde lograr apoyo tanto cuando ya estaban en el campo laboral como cuando daban sus primeros pasos», concluyó Fahrendorf.
Para poner remedio a esta situación, la cervecera elaboró una lista de las mujeres que tenían participación en el sector de alguna forma. Esa hoja tenía poco más de medio centenar de nombres y estaba encabezada por Laura Ulrich de Stone Brewing y Whitney Thompson de Troegs, mujeres clave en el germen de las botas rosas.
De forma improvisada, las mujeres comenzaron a interactuar virtualmente en la red. Se hizo necesaria una reunión y Fahrendorf convocó a las mujeres de la industria en la Craft Brewers Conference de 2008. En San Diego, analizaron la situación e intercambiaron ideas, pero sobre todo fijaron los objetivos a los que aspiraban y los medios a través de los que conseguirlos. Constituida oficialmente como organización sin ánimo de lucro, había nacido la Pink Boots Society (iniciales de Passion, Integrity & Inspiration, Networking, Knowledge, Beer & Brewing, Opportunity, Open Exchange of Ideas, Teach y Success).
En estos 15 años la organización ha salido de Estados Unidos y comienza a extenderse por todo el mundo, contando con chapters en países como España, Francia, Perú, Países Bajos, Australia o Nueva Zelanda. Fabricantes, proveedores, festivales y asociaciones profesionales saben de su existencia y colaboran en sus diferentes iniciativas. Ya sea a través de las acciones con las que obtienen recursos y notoriedad, como el Collaboration Brew Day –el evento anual en el que las socias de todo el mundo elaboran una receta colaborativa– o en el programa de becas para la formación, el legado de Teri Fahrendorf está muy vivo.