Este pasado sábado 21 de mayo todos los incondicionales de las Trapenses celebramos el “Orval Day”, una efeméride marcada en rojo en nuestro calendario que sirve como excusa para disfrutar de esta cerveza belga y recordar su historia.
Elaborada en Notre-Dame d’Orval, una abadía situada en una zona de las Ardenas que hasta 1839 perteneció al Gran Ducado de Luxemburgo, algunos documentos demuestran que a principios del siglo XVII ya se producía cerveza en el lugar. Aún así no es descartable que los monjes estuviesen vinculados con esta tarea desde el mismo momento de su fundación, en el año 1030.
La comunidad fue víctima de la convulsa historia europea, siendo sus edificios pasto de las llamas durante la Revolución Francesa y quedando abandonados hasta la década de 1920, cuando se comenzó su reconstrucción. En ese momento, dentro de las actividades necesarias para recaudar fondos, se decidió volver a elaborar cerveza, naciendo la primera versión de la receta de la Orval que conocemos hoy en día.
Dorada, de alta fermentación, los monjes aseguran que está elaborada con el agua de la misma fuente en la que una trucha recuperó el anillo que Matilde de Toscana había perdido antes de su boda. Es una bonita leyenda que está presente en la iconografía de una cerveza de gusto ligeramente ácido y seco, con notas agrias y reminiscencias a caramelo fruto de la combinación de un dry-hopping a base de lúpulos Styrian Goldings eslovenos y un complejo proceso de fermentación en el que una levadura “salvaje” de la familia de las Brettanomyces deja su impronta.