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Hans Christian Ørsted: el genio del electromagnetismo que también cambió tu cerveza

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Estamos seguros de que cuando tienes en tus manos una de nuestras latas, aprecias su ligereza, la elegancia de un diseño tan estilizado y lo bien que se conserva la cerveza en su interior. Lo que quizás no sepas es que hace ciento cincuenta años, un objeto fabricado con el mismo material solo estaría al alcance de reyes y emperadores.

 

Hasta la década de 1880, el metal usado en la mayoría de las latas actuales era extremadamente difícil y costoso de refinar. Esto no solo hacía que su valor fuese superior al oro, sino que incluso gozase de un estatus superior. Sabemos que uno de los enamorados del aluminio fue Napoleón III. El emperador de Francia contaba con platos y cubertería fabricados con este metal; un menaje que utilizaba para sorprender a sus invitados más selectos. Seguramente, algunos de ellos lo acompañaron durante sus visitas a la Exposición Universal celebrada en 1855 en el Campo de Marte de París. 

 

En esa muestra —en la que la cerveza tuvo una gran presencia— entre los objetos que más atracción despertaron estuvieron las barras de aluminio exhibidas junto a las joyas de la corona de Francia. El metal incluso atrajo el interés de los estadounidenses, en aquellos momentos inmersos en la construcción del Monumento a Washington. En lugar de optar por oro o plata, cuando el obelisco blanco de 169 metros —hasta la construcción de la Torre Eiffel, la edificación más alta del mundo— quedó finalizado, en 1884, se remató con un ápice fabricado con 100 onzas de aluminio puro que se expuso en la tienda neoyorquina de Tiffany's. 

 

El escaparate de la joyería sería el canto del cisne del aluminio como metal precioso ya que solo seis años más tarde su precio se reduciría drásticamente, pasando de los 1.200 dólares el kilo a solo un dólar. En el salto del aluminio de las mesas más exclusivas a las latas de cerveza, a la aviación o incluso a su uso como lámina para envolver alimentos, jugó un papel muy importante Hans Christian Ørsted, uno de los científicos más prominentes de Dinamarca. 

 

Y como buenos amantes cerveceros que sois, estamos seguros de que habréis supuesto que Ørsted, además, mantuvo una relación con la cerveza.

 

El hijo del farmacéutico y la electricidad

Los biógrafos de Jacob Christian Jacobsen sostienen que en su avanzada concepción de la elaboración de cerveza que aplicó, primero en su fábrica de Valby, a las afueras de Copenhague, y más adelante en el pionero laboratorio de microbiología, jugó un papel muy importante Hans Christian Ørsted. 

 

El padre de Carlsberg carecía de formación académica, pero fue testigo presencial de una época en la que los científicos estaban descubriendo las leyes de la naturaleza y las veían como una prueba de un propósito mayor detrás de la creación. Habitual de las conferencias de Ørsted, lo que en ellas se transmitía, tuvo un gran impacto en el cervecero que revolucionaría la baja fermentación.

 

Nacido en 1777 en Rudkøbing, un pueblo de la isla de Langeland, el padre de Hans Christian Ørsted era farmacéutico. Mientras ayudaba en el negocio familiar, el joven entró en contacto con la química y la actividad cervecera de la región. A los 17 años, junto a su hermano Anders (que más tarde se convertiría en primer ministro danés), ingresó en la Universidad de Copenhague para especializarse en filosofía y ciencia, recibiendo fuertes influencias de los filósofos alemanes Immanuel Kant y Friedrich W. Schelling. Ørsted obtuvo una licenciatura en farmacia, graduándose con honores. Posteriormente, en 1799, obtuvo un doctorado en Filosofía.

 

Con ese currículum académico tan brillante, Ørsted recibió una beca para viajar por Europa para averiguar qué se estaba haciendo en otros países en el campo de la química aplicada al esmaltado cerámico y descubrir las modernas técnicas de elaboración de cerveza, especialidades en las que Dinamarca estaba muy atrasada. Gracias a la correspondencia se conocen bastantes detalles de su estancia en el París post-revolucionario, donde entabló contacto con los biólogos, los físicos, los historiadores y los escritores que había leído en casa. 

 

El encuentro con Ritter y el nacimiento de una idea revolucionaria

Aun así, para la historia sería más importante su visita a Alemania. Allí, conoció a Johann Wilhelm Ritter, cuyas opiniones sobre la electricidad y el magnetismo acabarían despertaron en él la idea de la existencia de algún tipo de conexión entre ambos fenómenos. Con Ritter compartía la curiosidad por las aplicaciones de un invento que había sido dado a conocer sólo un par de años antes por un italiano, Alessandro Volta: la primera batería del mundo. Juntos construyeron por su cuenta versiones de la pila, explorando algunos efectos básicos de la corriente, entre ellos el calor, la luz, y su efecto en los líquidos. 

 

En algunos casos, Ritter probó en su propio cuerpo esos efectos, un enfoque arriesgado que no era compartido por el danés. Finalmente, el alemán lograría construir el primer acumulador de la historia, formado por 50 láminas de cobre separadas por 49 de cartón humedecido con agua salada. Con él obtuvo unos resultados tan prometedores que atrajeron la atención de los cerveceros bávaros, apoyando su nombramiento como miembro de la Academia de Múnich. Por su parte, en enero de 1804, Hans Christian Ørsted tuvo que regresar a Dinamarca para reportar los hallazgos obtenidos con la beca. 

 

Probablemente, os estéis preguntando por qué, habiendo recibido el encargo de adquirir conocimientos en el campo de la cerveza, Ørsted no viajó al Reino Unido, donde en aquellos momentos se estaban haciendo los mayores avances. La respuesta la tenemos en la disputa que mantenía Dinamarca con Inglaterra. 

 

Los ingleses querían el control de las flotas mercantes danesas y noruegas y, cuando se lo negaron, atacaron Copenhague en el que está considerado uno de los primeros bombardeos sobre la población civil de la historia. Ørsted y su hermano permanecieron en la ciudad durante un ataque que, además de gravísimos incendios y nefastas consecuencias para la economía del país, enquistó un sentimiento anti-británico.

 

Electromagnetismo, aluminio y cuentos infantiles

No es exagerado decir que las escasas aportaciones a cerveceros y a otros patrocinadores, pero sobre todo su dispersión a la hora de abordar proyectos, lastraron las aspiraciones más ambiciosas de Ørsted, que quedó relegado a un papel secundario dentro de la comunidad científica de su país. Así fue hasta 1820, año en el que hizo el primero de los descubrimientos con los que se ganaría un puesto de honor en la historia.

 

La existencia de una fuerza unificadora presente en toda la naturaleza era una idea ampliamente aceptada entre los seguidores del romanticismo alemán, movimiento con el que Ørsted, como muchos de sus coetáneos, había entrado en contacto. Entre los científicos, algunos veían en el magnetismo una prueba de la presencia de esa fuerza, lo que despertaba un gran interés. Curiosamente, pese a coincidir con una época de fascinación generalizada por la electricidad, nadie había descubierto ningún efecto magnético en la corriente eléctrica.

La imprescindible leyenda cuenta que una tarde de la primavera de 1820, el científico estaba haciendo una demostración a unos estudiantes cuando se dio cuenta de que, cuando se cerraba un circuito, electrificando un cable, la aguja de una brújula cercana saltaba. En los meses siguientes concluyó que una corriente eléctrica generaba un campo magnético circular alrededor de un cable. El anunció de su descubrimiento, hecho público el 21 de julio de 1820, tuvo una enorme repercusión en toda la comunidad científica mundial. No era para menos, Ørsted había logrado lo que estaba al alcance de muy pocos: había creado una nueva especialidad de la física a la que denominó electromagnetismo, precisamente en la que se basa el funcionamiento de los motores eléctricos.

 

Un científico recordado con una brújula y una cerveza

Lejos de conformarse con este logro físico, el científico siguió tocando otros palos. La química le apasionaba tanto que hizo instalar un laboratorio en el patio trasero de su casa. Allí, en 1825, trabajando con la electrólisis, consiguió por primera vez en la historia aislar el aluminio. Ørsted anunció su descubrimiento a la Real Sociedad Danesa de Ciencias y Letras el 18 de febrero de 1825, y el 8 de abril de ese mismo año, presentó una muestra del nuevo metal. 

 

Al igual que había sucedido con el electromagnetismo, pronto perdió el interés en el aluminio y dejó que otros siguiesen trabajando sobre sus descubrimientos de forma desinteresada. Desde nuestra perspectiva, la falta de interés de Ørsted puede tacharse de peculiar, pero tal como sostienen sus biógrafos, ni él ni nadie podría haber predicho el impacto que tendría el metal más tarde. 

 

De lo que no hay duda es que Ørsted debía tener una personalidad magnética porque, además de otros colegas o el futuro padre de Carlsberg, atrajo el interés de muchos compatriotas de la llamada Edad de Oro danesa, entre ellos el escritor y poeta Hans Christian Andersen. El autor de obras infantiles como El patito feo o La sirenita, compartió grandes veladas con Ørsted, convertido en sus últimos años en embajador científico de Dinamarca. 

 

Su despedida se produjo el 9 de marzo de 1851. En los periódicos del día siguiente puede leerse que cientos de miles de personas se unieron a la procesión fúnebre camino del Cementerio Assistens, donde fue enterrado Ørsted. En su recuerdo, Copenhague estableció un parque público. En el Parque Ørsted, a los pies de una estatua con su imagen, de vez en cuando, aparecen latas de cerveza y una brújula.



La próxima vez que sostengas una lata de cerveza, recuerda a Ørsted. Descubre más sobre los genios que cambiaron la historia de la cerveza en el blog de Amantes Cerveceros. ¡Disfrútalo!