La 189º edición de la Oktoberfest de Múnich que terminó el pasado domingo 6 de octubre no pasará a la historia por su regreso a la normalidad tras varios años de resultados irregulares achacables a los coletazos postpandémicos. Ni siquiera se recordará por los estrictos controles de seguridad a causa de los cada vez más frecuentes atentados en Alemania. Tampoco se mencionarán las caras de estupefacción por el precio de venta del mass, la jarra de litro de Oktoberfestbier. Quizá sí se recuerde por las polémicas que la acompañan prácticamente desde sus inicios y de las que seguramente pocos visitantes fueron conscientes.
¿Quién manda en la fiesta? Las élites cerveceras de Múnich
Es probable que la mayoría de los jóvenes ataviados con trajes tradicionales bávaros que habían hecho cola desde la madrugada del 21 de septiembre a la espera de que se abriera el recinto para entrar velozmente y coger sitio en las mejores mesas, desconociesen que unos meses había regresado el malestar de una parte de los muniqueses con la organización. Aunque está formada por una serie de entidades (el Ayuntamiento, por ejemplo, regula el precio de venta al público de la cerveza), es la Asociación de Cerveceros de Múnich la que manda realmente, de ahí que sea conocida irónicamente como “la mafia de la cerveza”.
Todos los aficionados a la cerveza saben que Múnich tiene seis cervecerías oficiales a las que se les permite servir su Münchener Bier en la Oktoberfest. Paulaner, la más joven, fue fundada por monjes en 1634. Augustiner, es la más antigua ya que data de 1328 y también era el producto de un antiguo monasterio. A estos dos nombres los acompaña la “cervecería real” Hofbräu (propiedad del estado bávaro); Spaten y Löwenbräu (propiedad del gigante global AB InBev) y Hacker Pschorr (al igual que Paulaner, participada por la holandesa Heineken).
El príncipe cervecero que quiere cambiar la Oktoberfest
No hay duda de que estas cervecerías son portadoras de una tradición consagrada por el tiempo, y que la mayoría de sus productos siguen estando entre los mejores del mundo, pero no es menos cierto que eso no las mantiene al margen de los cambios que está viviendo el mercado, especialmente de la disminución lenta pero irremediable del consumo per cápita en Alemania.
En ese marco son muchos los que piden una puesta al día de la Oktoberfest, exigiendo que se deje entrar aire fresco y que con él se consiga atraer a nuevas generaciones de consumidores locales.
Entre los pioneros en pedir esa apertura está Luitpold Rupprecht Heinrich. Este príncipe bávaro que ocupa el segundo lugar en la línea de sucesión de la familia Wittelsbach es bisnieto del último rey de Baviera, Luis III. Luitpold consiguió a principios de la década de 1980 un importante éxito con su König Ludwig, cerveza que en su versión más tradicional sigue elaborándose en la Schloßbrauerei del castillo de Kaltenberg. Fue en ese momento cuando inició la campaña para conseguir que sus cervezas fueran admitidas en la Oktoberfest.
El príncipe argumentó que era completamente irracional que otros cerveceros y el propio ayuntamiento de Múnich lo vetasen de un evento que había nacido a la sombra de una boda organizada por antepasados suyos —el entonces príncipe heredero Luis de Baviera y la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen—.
El papel de la familia Wittelsbach en las disputas cerveceras de Múnich
De cualquier forma, la reclamación de Luitpold nunca tuvo demasiado eco. La abolición de los títulos nobiliarios en Alemania tras la Primera Guerra Mundial quizá tuviese algo que ver en ello, pero seguramente también la poca sintonía con el jefe de la familia Wittelsbach, Francisco Duque de Baviera, un habitual de la Oktoberfest que siempre ha querido mantener una buena relación con los poderes fácticos de la capital bávara para conservar su lujoso estilo de vida.
Este año, “el duque Franz”, de 90 años, no solo compartió mesa en la Oktoberfest con su pareja, el escultor austríaco Thomas Greinwald (hace unos años declaró su homosexualidad, provocando el escándalo tanto en la conservadora sociedad bávara como en su familia), sino también con Dieter Reiter, alcalde Múnich, muy apreciado en la comunidad LGTBI por el gesto que tuvo en plena Eurocopa. Lo hicieron en la Schottenhamel —la carpa por antonomasia de Spaten— y seguro que a Luitpold no le hizo demasiada gracia.
Como Franz no ha sido padre, lo sucederá su hermano, el príncipe Max de Baviera, quien en la actualidad tiene 86 años. El príncipe Max tiene cinco hijas, pero ningún varón, por lo que, debido a las reglas de la primogenitura de preferencia masculina, el título de los Wittelsbach recaerá posteriormente en su primo, el príncipe Luitpold y sus descendientes, entre los que se encuentran el Príncipe Ludwig y los demás herederos masculinos.
¿Veremos una Oktoberfest con nuevos cerveceros?
Si se sigue respetando la norma de que en la Oktoberfest solo pueden servirse cervezas de fabricantes que tengan sus instalaciones dentro de los límites de la ciudad de Múnich es evidente que el Príncipe Luitpold lo tendrá complicado para vender su cerveza en ‘el Wiesn’. ¿Pero qué pasa con los fabricantes que sí tienen instalaciones en Múnich? Precisamente de ahí han venido las reivindicaciones más serias de este año.
Giesinger Bräu, fue fundada en un garaje de Múnich en 2005, y desde entonces no ha parado de crecer. La pequeña cervecera representa solo el 1% de la producción de la ciudad, pero es muy popular entre determinados segmentos de consumidores. Además de diferentes versiones de las Helles, las Weizen, las Dunkel, las Märzen y las Bocks que componen la línea clásica de las cervecerías de Múnich, Giesinger elabora cervezas de temporada y algunos estilos de inspiración belga.
Por si fuese poco, además de las omnipresentes botellas de medio litro, Giesinger ofrece una gama en 33 centilitros, algo poco habitual en Baviera, pero óptimo para aquellos que quieren probar diferentes cervezas o limitar la cantidad que consumen. La empresa tiene una cervecería relativamente tradicional en el vecindario de Giesing y poco a poco está llegando a cada uno de los 25 barrios de la capital bávara.
Lo hace de la mano de los consumidores más jóvenes. Este año, la cervecería incluso ha protagonizado un documental titulado Straight Outta Giasing, en el que su fundador, Steffen Marx, analiza con cierto “humor rajoyniano” el crecimiento de la empresa. «Tenemos que hacer cosas que otros no hacen, y no hacer cosas que otros hacen, para diferenciarnos», dice en la cinta.
¿Podrá Giesinger entrar en la Oktoberfest? Obstáculos y oportunidades
Estas diferencias pueden parecer insignificantes para los consumidores de otros mercados, pero son notables en Alemania. Según los especialistas locales, Giesinger trae un soplo de aire fresco al mercado de la cerveza de Múnich. Muchos aficionados, especialmente los más jóvenes, estaban claramente buscando algo diferente a lo que ofrecen las grandes cervecerías tradicionales. «Giesinger se ha consolidado como una cervecería que respeta la cultura tradicional de la cerveza de Múnich, pero que también está dispuesta a explorar nuevos caminos», sostiene Marx, que ha recibido aportaciones de 8.000 participantes en su exitosa campaña de crowdfunding.
A medida que Giesinger ha desarrollado un apoyo popular y se ha expandido, una pregunta la ha perseguido: ¿se unirá la cervecería a la Oktoberfest? Por supuesto, la decisión no depende de ellos sino de las autoridades que están detrás del evento. La Asociación de Cerveceros de Múnich y los propietarios de las carpas no respondieron a las solicitudes de declaraciones de la prensa local, pero desde la organización, sí lo hicieron.
Si bien —dentro de la opacidad habitual—no desveló cuál era el proceso completo para certificar una nueva incorporación a la fiesta, ni si los organizadores estarían interesados en añadir una nueva cervecería, el portavoz compartió que la ciudad de Múnich otorgaba licencias a las cervecerías para la Oktoberfest siguiendo las regulaciones operativas oficiales, que establecen que: «A los visitantes del Wiesn solo se les puede servir Münchener Bier de las cervecerías tradicionales de Múnich que estén operativas y que cumplan con la Ley de Pureza de Múnich de 1487 y la Ley de Pureza Alemana (la Reinheitsgebot) de 1906».
Hasta hace poco, Giesinger era técnicamente solo una cervecería con sede en Múnich, ya que cualquier “fábrica oficial” necesita un pozo profundo dentro de los límites de la ciudad. Sin embargo, después de una expansión de un millón de euros, Giesinger produjo la primera cerveza con agua de su propio pozo en abril de 2020, convirtiéndose en la séptima cervecería en llevar el sello oficial de Münchener Bier. Salvado este último obstáculo legal para una posible afiliación, quizá en breve veremos sus cervezas en la Oktoberfest. Eso, si alguna norma oculta de “la mafia de la cerveza” no lo impide.
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