Reino Unido es uno de los países con mayor tradición cervecera, pero las cifras que se publican anualmente reflejan que ese legado histórico se halla en un grave peligro. Numerosos pubs anuncian su cierre. Muchos, ya heridos gravemente tras la crisis sanitaria del COVID, no han conseguido reponerse y recuperar clientela, mientras que la protagonista estrella e inherente a esta industria británica, la cerveza tradicional en barril —la Cask Ale– parece relegada ahora a un papel secundario frente a las nuevas tendencias que llegan de otros mercados y ante los cambios en las dinámicas de consumo.
Si se atiende a datos objetivos: desde 2010, el número de pubs se redujo un 20%; entre 2015 y 2023 —en menos de una década– las ventas de cervezas tradicionales británicas disminuyeron hasta casi la mitad; y en el año inmediatamente posterior a la pandemia, en 2021, la cerveza en este formato representó tan solo el 4,3 % de las ventas totales.
De esta alarmante situación se ha hecho eco Craft Beer Channel abordando tal tendencia desde una doble perspectiva: por un lado, desde un punto de vista audiovisual mediante su serie Keep Cask Alive Two; por otro, lanzando una campaña que busca obtener el reconocimiento de la UNESCO para esta cerveza de barril.
Así, en primer término, el canal fundado por Jonny Garrett y Brad Evans abordó en su serie de siete episodios —la primera temporada de Keep Cask Alive ya había cosechado atención y éxito entre aficionados y crítica– la realidad actual del barril tradicional.
Del pub al Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO
Aliados ahora con nueve cerveceras clave de esta industria y de las que obtuvieron financiación, su serie documental acoge en episodios de media hora una defensa de la elaboración y la agricultura tradicionales británicas. Un año de producción que ha germinado en un documento inestimable.
En sus capítulos, la pareja visita innumerables cervecerías, pubs, festivales, fábricas y granjas, recopilando historias y poniendo en valor el proceso. Su preocupación por el futuro de la Cask Ale y por ayudar a frenar su declive eclosiona en su último episodio donde plantean, precisamente, que un hito clave para lograr este objetivo de supervivencia pasa por el reconocimiento de la cerveza en cask como Patrimonio Inmaterial de la UNESCO.
En ese capítulo final se detalla el progreso de la campaña hasta la fecha, junto con una petición al gobierno del Reino Unido. Los episodios previos, por otro lado, servirían de apoyo gráfico y como pruebas. Algo que la UNESCO exige en todas las candidaturas que se presentan. Acreditar cuestiones como el impacto en la comunidad, el conocimiento generacional, la artesanía o la incidencia en las tradiciones sociales han de estar presentes en tales propuestas a la organización internacional. Cuestiones que Evans y Garret consideran de sobra presentes en su proyecto.
Algo que también comparten asociaciones como CAMRA (Campaign for Real Ale) o cerveceras como Timothy Taylor's, Five Points y Shepherd Neame, titulares de numerosos establecimientos por todo el Reino Unido y claramente involucradas. Pero no solo las cerveceras se beneficiarían de esta iniciativa: los productores de cebada y lúpulo también podrían obtener provecho de una revitalización del sector. No en vano, según la Asociación Británica del Lúpulo, solo quedan unas cincuenta plantaciones de este vital ingrediente en el Reino Unido.
El proceso pasa ahora por movilizar a la gente para que apoye la petición. Ciudades como Manchester, Leeds y Sheffield son baluartes históricos de la Cask Ale. Para Evans y Garret ésta es «el alma de los pubs británicos». Un símbolo de la identidad nacional. El primero resalta también su peculiaridad y «que sería maravilloso que fuera el primer ejemplo de Patrimonio Inmaterial reconocido en el país. Una pinta en el bar nos une y nos une a pesar de nuestras diferencias».
La Cask Ale no es un estilo ni un producto específico
Dado que la Cask Ale es una forma de producción y un formato de presentación, y no un estilo ni un producto específico, esto supuso que no pudiese optar a su reconocimiento como Indicación Geográfica Protegida. Sin embargo, cuando en junio de 2024, el gobierno del Reino Unido ratificó la Convención de la UNESCO de 2003 para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial se abrió una nueva vía idónea en aras de su protección.
El café árabe o el sake japonés engrosan ya esa lista, pero el modelo a seguir en esta campaña es, por similitudes, el de la cerveza belga. Allí, las tres regiones políticas del país (las de habla flamenca, francesa y alemana) se unieron y solicitaron esta declaración de la UNESCO para reconocer su singular escena cervecera. Su proyecto destacó, como también pretenden hacer los británicos, su historia inusual y el lugar central que ocupa en la cultura, pero también sus estilos únicos, sus característicos bares con su atento servicio y su cristalería a medida.
La designación oficial llegó en 2018 pero ya desde su inicial planteamiento atrajo el foco mediático, incrementó el interés en su mercado y consecuentemente supuso un creciente flujo turístico. Ese público que tanto añoran pubs y cervecerías en los tiempos difíciles que están padeciendo.
No obstante, antes de acudir al organismo internacional la candidatura ha de superar el trámite interno y ser reconocida como “Patrimonio Vivo”. La mencionada petición que, aunque busca como marca inicial lograr las diez mil firmas –tal cifra obliga al gobierno a emitir un comunicado sobre su existencia—pretende llegar a las cien mil ya que eso permitiría que se debata en el parlamento y que los miembros de la cámara se replanteen la mejor manera de apoyar a los productores independientes.
Por el momento acumula más de veinte mil signatarios y el patrocinio de la Campaign for Real Ale (CAMRA), productores de ingredientes y cerveceras como Timothy Taylor's, Five Points, Kirkstall, Shepherd Neame o Fuller's.
Una campaña que también sirve para concienciar sobre el consumo local
La iniciativa es también un llamamiento a los políticos para que no den por sentado que la Cask Ale estará siempre ahí y una crítica a sus últimas medidas, en buena parte culpables del contexto presente. Una visión superficial podría llevar a creer que como hay locales llenos, éstos gozan de una salud envidiable, pero un análisis detallado refleja que los márgenes de ganancias son ajustados, que muchos establecimientos han reducido sus horarios o días de apertura para ser rentables o que son la única opción en un vecindario que ha visto como muchos otros pubs han bajado definitivamente la persiana.
Los impuestos, además, lastran a la hostelería. Los costes siguen subiendo, la demanda, bajando. La generación Z parece haberse olvidado de esta opción cervecera y los grandes colosos eliminan de sus portafolios recetas clásicas.
Pero más allá de lo económico los dirigentes se olvidan de que estas cervecerías simbolizan, además, no solo negocios, sino también centros de vida social británica. Así lo refleja la historia y eso también está en declive y en peligro.
Garret incide en ello y en lo estrechamente vinculado que está al país: «Nuestros pubs tradicionales y nuestras cervezas de barril son la envidia del mundo entero; es una de las primeras cosas que la gente imagina cuando piensa en Gran Bretaña, y siempre está en su lista de cosas que hacer cuando la visitan. Es difícil sobreestimar el impacto que la cerveza ha tenido y tendrá en nuestra nación, ni el impacto que tendría un mayor declive.
Nuestros pubs son el corazón de nuestras comunidades, ya sea en un pueblo o en Londres, y son fundamentales para unir a este país en tiempos como estos». Además, añade, son fuente de trabajo: desde las fábricas a los responsables de la barra todos dependen de esta industria.
Pese a lo expuesto y los solventes motivos alegados, aún queda camino por recorrer: las autoridades parecen inicialmente reacias a acoger la propuesta, por lo que una vez se alcancen las firmas habrá que defenderla ante la cámara. De prosperar, la solicitud a la UNESCO debe incluir investigación académica, el apoyo de la industria y el gobierno y abundante documentación.
Sin embargo, las ventajas que depara el reconocimiento—más allá del citado impulso publicitario, supondría salvaguardas legales y la asistencia y posible financiación para iniciativas de protección y educación— merecen sobradamente la odisea emprendida. Y todo el mundo, no solo el cervecero, ganará con ello.
La cerveza tradicional británica es mucho más que una bebida: es memoria colectiva, es historia líquida, es comunidad. En tiempos donde muchas de estas tradiciones están desapareciendo, iniciativas como esta merecen ser conocidas, compartidas y apoyadas.
Si tú también crees que una pinta en el pub puede ser patrimonio cultural, te invitamos a conocer más detalles, historias y formas de involucrarte en nuestro blog sobre cerveza Amantes Cerveceros.