Casi todos los países tienen algún alimento que parece gustar únicamente a sus habitantes. La mantequilla de cacahuete estadounidense, el surströmming sueco, el Su Callu sardo o el haggis escocés serían algunos ejemplos. En el caso de Inglaterra, uno de los mejores candidatos es la Marmite: una pasta marrón para untar, cuyo eslogan es “ámala u ódiala”, y que tiene una estrecha relación con la levadura de cerveza.
La invención se atribuye al científico alemán Justus von Liebig, quien a finales del siglo XIX descubrió que la levadura de cerveza se podía concentrar y envasar como alimento. La industria cervecera británica era por esa época una de las más pujantes del planeta y su capital estaba en Burton-on-Trent, una localidad de Staffordshire dedicada exclusivamente a la producción de esta bebida. Viendo las posibilidades del descubrimiento del Barón von Liebig, y con la clara intención de aprovechar un subproducto tan abundante, en 1902 se estableció en Burton la Marmite Food Extract Company. Incluso antes de que se descubriese su potencial como fuente de vitaminas, la Marmite se convirtió en un éxito sin precedentes.
Durante los pasados meses de confinamiento, la Marmite estaba llamada a actuar como bálsamo para millones de británicos encerrados en sus casas a causa de la COVID-19, pero —al igual que ha pasado con otros productos— la escasez también ha afectado a los botes de tapa amarilla. Al parecer, el motivo de ese desabastecimiento es una fatídica combinación del aumento descontrolado de la demanda y de la falta de levadura de cerveza. Cuando los pubs se vieron obligados a cerrar en un intento por frenar la pandemia, las fábricas Burton-on-Trent detuvieron la producción de cerveza y con ello el suministro de la imprescindible levadura usada en la receta de Marmite. Ahora, tanto los amantes de la cultura de pub como los incondicionales de las tostadas con esta crema de gusto fuerte y salado, desean que el virus dé una tregua.