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Que a los irlandeses les encanta la cerveza es algo que todo el mundo sabe. Lo dejó muy claro John  Wayne en el clásico de John Ford El hombre tranquilo. La historia, basada en un relato de Maurice  Walsh ambientado en la Irlanda de la década de 1920, relata el regreso a casa del boxeador Sean  Thornton para reclamar las propiedades familiares. Los vecinos de Thornton —interpretado por  Wayne– consumen cantidades tan importantes de “that black beer y’all drink” («esa cerveza negra  que todos beben») que sorprenden al propio norteamericano repatriado. Aún con su bucolismo poco  realista, El hombre tranquilo es uno de los films preferidos por los irlandeses para ver en familia en  San Patricio. 

 

El consumo de cerveza en Irlanda sigue estando entre los más elevados del mundo, pero dista  bastante del de la época de la película y sobre todo de las cantidades que se alcanzaban en el siglo  XVI. Según unos registros de 1565 encontrados hace unos años, los trabajadores de una cantera de Clontarf, en Dublín, recibían una asignación de 14 pintas de cerveza diarias por parte del supervisor  de la Catedral de la Iglesia de Cristo. La responsable del descubrimiento fue la doctora Susan Flavin,  una profesora de Historia Moderna en la Universidad Anglia Ruskin especializada en la investigación  de los hábitos de alimentación y bebida de la Irlanda del siglo XVI. 

 

La investigación de Flavin muestra que la cerveza era una fuente vital de calorías para los  trabajadores, estando completamente integrada en la dieta, pero tampoco resta importancia al  componente social de su consumo o a la percepción que existía sobre sus propiedades  reconstituyentes. Calcula que la cerveza del siglo XVI podía tener un alto valor calórico,  proporcionando entre 400 y 500 calorías por pinta, en comparación con las 180 a 200 calorías en una  pinta en la actualidad. 

 

La cifra de los canteros no es descabellada teniendo en cuenta el trabajo que desarrollaban y el  consumo en otras labores. Así, documentos del castillo de Dublín muestran que el personal allí  empleado consumió 264.000 pintas de cerveza en 1590, lo que da un promedio de unas ocho pintas  diarias; una cantidad similar a la que se bebía normalmente en Inglaterra en ese período. 

 

En ese momento comenzó a surgir en Inglaterra una preocupación generalizada por la embriaguez,  surgiendo los estereotipos del irlandés aficionado a empinar el codo. Un relato contemporáneo encontrado por la historiadora describe a los irlandeses como excesivamente dados a la embriaguez.  «Mientras vivían en los bosques y en cabañas con su ganado, podían contentarse con agua y leche, sin  embargo, cuando llegaban a las ciudades, lo primero que hacían era atar sus vacas a las puertas de las  tabernas y no salían hasta que estaban completamente borrachos». Es destacable que su preferencia  se orientaba hacia el usquebaugh, un destilado de cereal antecesor del whiskey. 

 

Las cervezas en Irlanda en el siglo XVI tenían un alto contenido de avena y poco lúpulo a causa del  precio. El trigo también era caro y se vivió un periodo de carencia de cebada a causa de las guerras  con los británicos, que quemaban constantemente los cultivos, viéndose incluso ellos afectados por  estas maniobras.  

 

La prueba la tenemos en la reducción de las raciones de las tropas inglesas desplazadas a Irlanda  que se redujo de ocho pintas diarias, en 1566, a “solo” cuatro, en 1579. Algunos ingleses consideraban  que la cerveza de avena, espesa y cremosa, era inferior y hay referencias de soldados de Enrique VIII que se negaron a beberla. Así, la victoria fue imposible.  

 

Sláinte.