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La preponderancia de los medios de comunicación estadounidenses y el uso pionero de la  cinematografía para documentarlo, han hecho que el terremoto de San Francisco de 1906  permanezca en el imaginario colectivo como una de las grandes catástrofes de la historia. La realidad  es algo diferente y solo en el siglo XX se contabilizan varios seísmos tanto o más destructivos que el  californiano.  

 

De lo que no hay duda es de que el terremoto de San Francisco, además de por un número de víctimas  mortales estimado en tres mil personas y un 80% de los edificios destruidos tuvo consecuencias  importantes para la configuración de la industria cervecera estadounidense previa a la Prohibición,  marcando el futuro de fábricas como la histórica Anchor Brewing y facilitando el acceso de otras a la costa oeste estadounidense. Curiosamente, cuatro meses después sucedió algo parecido en el  cono sur.  

 

El jueves jueves 16 de agosto de 1906 a las 19:55 una buena parte de la población de la ciudad chilena  de Valparaíso estaba cenando. A esa hora se produjo el primero de una serie de temblores que  destruirían una buena parte de la ciudad y causarían aproximadamente el mismo número de  fallecidos que en San Francisco.  

 

Alfredo Rodríguez Rozas y Carlos Gajardo Cruzat lo describen así en su obra La catástrofe del 16 de  agosto de 1906 de la República de Chile: «A las 7.55 P.M. transitaban por las calles algunos  transeúntes, muchos menos que de ordinario, por causa de la Iluvia; todo el vecindario estaba  tranquilo en sus casas, ya sentado y a la mesa, ya en la agradable charla que sigue al apetito  satisfecho; algunos, muy pocos, en la cama reposando de los afanes del día buscando en el abrigo  del lecho remedio contra los pasajeros resfriados originados por el mal tiempo.  

 

Las familias estaban reunidas en el hogar, pues no había teatros ni paseos que las llevaran a la calle  ni era todavía hora de salir: alguna que otra fiesta particular había en perspectiva; pero quedaba  tiempo todavía, y entretanto se dedicaban esos momentos a las expansiones de la familia, a los hijos,  a los planes para el día siguiente y para el futuro. ¿Quién podía imaginarse en esa hora de tranquilidad,  paz y alegría que la ruina y la muerte se descolgaban sobre Valparaíso y caerían sobre la ciudad con  espantosa furia?» 

 

La actividad cervecera también se vio afectada de igual forma. Al colapso de edificios le seguirían  incendios, pillajes y problemas de suministro de agua de los que algunas fábricas ya nunca se  recuperarían, contribuyendo a la concentración del mercado y a la reducción del número de jugadores  en el sector. 

 

En el momento del terremoto, Valparaíso era una de las ciudades de Sudamérica en las que mejor cerveza se producía. Aunque los británicos habían tenido gran presencia desde los inicios del  asentamiento y se considera la fábrica abierta en 1825 en la Plaza del Orden por el médico irlandés Andrew Blest Maybern como la pionera, fueron los alemanes los que iniciaron la actividad de forma  industrial en la década de 1830, dando acceso a empresarios de otras nacionalidades que hicieron  fortuna en este negocio.  

 

En 1857 ya operaban un mínimo cinco cerveceras de cierta dimensión en Valparaíso, tres de ellas de  propiedad de emigrantes alemanes y dos de italianos, todas ellas dedicadas a la baja fermentación. El número de fábricas aumentaría en las décadas siguientes gracias a las buenas comunicaciones  de la ciudad portuaria y a la reputación que tenían las cervezas que allí se producían, aparentemente  mucho más estables que las fabricadas en Santiago y equiparables a las importadas. 

 

Entre todos los cerveceros de Valparaíso destacaron Juan Stuven, H. W. Rosse Franz Duve y sobre  todo Joaquín C. Plagemann. Duve gestionó desde 1860 la Cervecería del Sol que quedó destruida en  su totalidad por uno de los 22 fuegos que se declararon durante la noche del terremoto. En un estado  menos calamitoso quedó la cervecería que Plagemann había abierto en 1849 en el número 236 de la  calle Chacabuco.  

 

Estas instalaciones, calificadas en algunos textos recogidos por el investigador Óscar Aedo como la  primera cervecería moderna del Cono Sur, fueron además el germen de uno de los primeros  conglomerados cerveceros sudamericanos, la Fábrica Nacional de Cerveza —actualmente  englobada en la multinacional CCU— que controló buena parte del mercado chileno tras el terremoto  de Valparaíso.