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Brueghel el Viejo: el pintor que documentó cerveza y penitencia

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Hace unos años, los asistentes a la exposición El Mundo de Bruegel pudieron literalmente comer y saborear a Bruegel. Inspirados por la pintura La Batalla entre el Carnaval y la Cuaresma, y ​​por los ingredientes, historias y rituales de la cocina popular del siglo XVI, pudieron probar el Pastel del Paraíso y la cerveza Kleyn, dos símbolos de la época de año que captura el óleo exhibido en el Museo de Historia del Arte de Viena y que estamos viviendo estos días. La experiencia sensorial inmersiva —y con una historia arqueológica detrás— tuvo lugar en Bokrijk, un museo al aire libre inspirado en la obra del pintor donde los establecimientos hosteleros incluyeron los platos y la cerveza de temporada en sus cartas.

Y es que si hay un artista que ha sido usado como fuente de inspiración para los cerveceros este ha sido Pieter Brueghel el Viejo, uno de los grandes representantes de la pintura flamenca, a la que también pertenecen Rubens o el Bosco. Nacido en el siglo XVI, su apellido apela a su lugar de origen. Tal aparente claridad no debe llevar a engaño: dos villas reclaman actualmente ser cuna del autor. 

Orígenes de Brueghel el Viejo y el mundo cervecero que lo rodeaba

Existen —y existían entonces— dos pueblos con el nombre de Brueghel o Brogel, uno situado en el actual Limburgo belga y el otro en el Brabante Septentrional. Ambos cerca de la ciudad holandesa de Breda, urbe en la que desde mediados de ese siglo la cerveza comenzó a ganar reputación gracias a la cervecería ‘3 Hoefijzers' (3 herradures), fundada en 1538 y gestionada por la familia Smits van Waesberghe durante seis generaciones. 

La discusión no está resuelta pero no hace sino reflejar la estrecha simbiosis que ha existido desde siempre en aquellos territorios, tan convulsos y reclamados. También se desconoce el año de su nacimiento, pero sí se sabe el de su defunción: muere en septiembre de 1569. Fue coetáneo, por tanto, de Felipe II de España quien había recibido de su padre, el gran emperador cervecero Carlos V, el título de soberano de los Países Bajos en una región que conformaban, por entonces, diecisiete provincias. 

Tal contexto es importante pues nos hallamos ante un pintor que refleja como ninguno la realidad de su época. Son muchas las obras destacadas de Brueghel el Viejo, desde su La torre de Babel a su fascinante El triunfo de la muerte. También aquellas que reflejan que el autor viajó por la Europa de la época, por la Francia e Italia de entonces, plasmando estas travesías fundamentalmente —pero no solo— en grabados paisajísticos. Frente a la temática habitual de los pintores protegidos, puso el foco más allá de mitología o grandes santos. 

No la desconocía, pero el retrato no le interesaba tanto como a otros y el pueblo llano amante de la cerveza fue uno de sus grandes protagonistas. Sus pinceles dieron vida a campesinos, celebrando sus tradiciones y rituales, casi siempre con jarras de bebida. Representaciones gráficas de incalculable valor de las costumbres de tal lejano siglo y no exentas de cierta crítica. Precisamente un claro ejemplo de todo lo expuesto es el cuadro conocido como El combate entre don Carnal y doña Cuaresma. 

Una obra que apela directamente a la despedida del jolgorio carnavalesco frente a contrición y solemnidad de la Cuaresma pero que, también, refleja dos formas de entender y celebrar la vida en todos los aspectos, también en el gastronómico. Don Carnal come y bebe, todo es apetitoso a su alrededor; doña Cuaresma deberá ayunar, su dieta será más restringida, fiel a una tradición que los protestantes consideraban ya obsoleta y que muchos católicos interpretaban de forma laxa. 

Los toneles, muy presentes en los óleos de Brueghel

Tal y como se ha apuntado, Brueghel se detenía en los detalles y un análisis de la imagen nos muestra una escena claramente dividida. Nos encontramos en un pueblo en el que por un lado tenemos las importantes posadas —un lugar en el que, generalmente,  además de consumirla, se elaboraba cerveza— y en el otro extremo, la iglesia. Hay una alegre algarabía en el primer entorno, donde se aprecian toneles y gente bebiendo, desfiles de máscaras y de gente tocando instrumentos —una gaita, un laúd, entre otros— campesinos en corrillo, bailando, jugando, cantando. Celebrando, en definitiva. 

Al frente de una comitiva encontramos la representación máxima del jolgorio. Don Carnal es una figura regordeta sentada a horcajadas sobre un barril de cerveza que está decorado con un trozo de carne, que semeja un lacón. El propio hombre porta una espeta en la que se aprecia la cabeza de un cerdo, salchichas y otras carnes. De su cinturón cuelga un cuchillo, lo que podría indicar su profesión de carnicero y su cabeza está coronada también por un pastel de carne, por si quedaba alguna duda de su papel en esta escena. 

Frente al desfase exageradamente expuesto, el otro lado de la villa muestra a una multitud más solemne de feligreses saliendo de la iglesia. Donde los mendigos de la mitad izquierda son ignorados, en este lado reciben limosna de los creyentes, ataviados con ropas oscuras y sobrias. Al frente, doña Cuaresma, una figura decrépita, contrastando con su orondo antagonista. En su cabeza lleva una colmena —la miel como otro símbolo de esta cuarentena de penitencia— y sostiene una pala de panadero en la que reposan dos míseros arenques. 

A sus pies, en el altillo en el que descansa su silla y que es arrastrado por una pareja de fieles —un monje y una monja—, se hallan pretzels, galletas saladas y mejillones, que en épocas pasadas se consideraba comida de la gente más humilde. Se aprecia también, tras ella, un puesto de pescado en la plaza. Frente a la prohibida carne, este alimento sí estaba permitido en cuaresma y los católicos más avezados incluían igualmente en su dieta restringida las aves, pues las consideraban criaturas del mar al haber sido creadas por Dios, según las sagradas escrituras, en el mismo día. Siempre ha habido picaresca o interpretaciones convenientes.

Todo un catálogo gastronómico de la época

También entre los séquitos de doña Cuaresma y de don Carnal se aprecian diferencias: en el primer grupo, además de piadosos dando limosna, abundan católicos con los mencionados pretzels, esos panes salados con su característica forma; en el segundo, hay mayor diversidad. Una mujer lleva un collar de huevos, un hombre en su cabeza porta sabrosos gofres y galletas y el par que juega a los dados tiene también, sobre la mesa, un gofre. 

Si nos detenemos, también se puede ver en el centro del bullicio del pueblo a una mujer preparando la masa de este dulce típico del Carnaval, la olla directamente sobre el suelo y horneándolos directamente sobre la hoguera. 

En definitiva, un fuerte contraste que el pintor refleja sin sutilezas y con ironía y que en el clima que se gestaba podría haberle acarreado más de un quebradero de cabeza. No en vano, se cree que parte de su obra fue destruida bajo sus indicaciones y por su propia familia para protegerlos de represalias por esa faceta subversiva. No obstante, todas sus recreaciones de las vidas campesinas, más allá de la comentada, cuentan una historia, reflejan el mundo de su época como pocos artistas han hecho en magníficos dioramas. 

Desde la alegría de unos niños patinando en una escena invernal, a estas monjas cuaresmales que también asoman en el cuadro que nos ocupa; a la glotonería en su cuadro de una boda labriega o los distintos beodos que se encuentran, más o menos presentes, en su prolífica obra. En otra pintura, conocida como Los cosechadores, se observa a trabajadores en la importante época de siega comiendo pan y queso, ¡pero también bebiendo cerveza! 

Un personaje central de la composición es un hombre que lleva dos grandes jarras por el sendero y otro hombre en el círculo de campesinos, bebe directamente de una jarra. Una cuarta jarra, con lo que parece una hogaza de pan encima, reposa entre el trigo sin cortar. No se sabe bien dónde está situada la escena, pero teniendo en cuenta que fue aceptado en el gremio de san Lucas de Amberes, sus viajes, y que en sus últimos años se asentó en Bruselas, no parece descabellado creer que podríamos estar presenciando una escena en zonas donde, desde se elaboraba muy buena cerveza, pero a las que llegaban también la espesa Jopen de Danzig, la Oosters de Hamburgo, muchas Ales de Inglaterra o elaboraciones más próximas, concretamente de Hoegaarden y Lovaina. 

Claro que estaríamos hablando de verano, donde las restricciones y el fervor ya no verían con malos ojos un poco de celebración tras una dura jornada de campo y donde la bebida era un incentivo más para atraer y retener a los trabajadores. 

Así pues, la próxima vez que visiten su museo predilecto, atiendan bien a las salas, y si tienen la suerte de que este flamenco se encuentra en el archivo de la institución, guarden un poco de espacio para deleitarse con sus historias. Donde otros pintaban solo a los elegidos, Brueghel el viejo contó la historia de todos. Además, ¡seguro que les entra sed!

 

Si te apasiona descubrir las raíces culturales de la cerveza, su presencia en el arte y las historias que fermentan entre lienzos y toneles, te invitamos a seguir explorando en nuestro blog.

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