El trato de los presidentes de Estados Unidos con la prensa nunca ha sido lo fácil que les hubiese gustado. Aunque ahora nos parece que pocos han sido tan beligerantes con el cuarto poder como Donald Trump, que siempre pareció disfrutar de una relación singularmente combativa con los medios, según dice Mark Feldstein, profesor de periodismo en la Universidad de Maryland, Trump es un aprendiz al lado de Richard Nixon quien «cuando finalmente llegó a la Casa Blanca, estaba decidido a vengarse de sus enemigos, el principal de ellos era la prensa».
La relación con Obama aparentemente no tuvo sobresaltos hasta que en el verano de 2012 se topó con el interés de los aficionados a la cerveza. Amparándose en la Ley de Libertad de Información, hace ahora diez años, la prensa exigió que la Casa Blanca hiciese pública la receta de la White House Honey Ale, la que supuestamente era la primera cerveza elaborada en la residencia presidencial.
En su momento se escribió mucho sobre la afición por el homebrewing de Obama, las versiones que se crearon a partir de la White House Honey Ale o las sugerencias para mejorar la receta proveniente de profesionales como Garrett Oliver, maestro cervecero de la Brooklyn Brewery y editor de la enciclopédica Oxford Companion to Beer, pero Barack Obama no dejaba de ser uno más de los presidentes estadounidenses que han mantenido un vínculo con la cerveza.
Sabemos de la relación con nuestra bebida de algunos Padres Fundadores como Benjamin Franklin, John Adams, Patrick Henry, Samuel Adams o James Madison, pero probablemente los más importantes fueron George Washington y Thomas Jefferson, el primer y tercer presidente de la joven nación.
Como otros militares de su tiempo, Washington era partidario del uso moderado de la cerveza en su tropa; en principio la cerveza únicamente debía garantizar un consumo de líquido saludable, por lo que debía ser contenida en alcohol, una small beer. Su receta de 1757 para esa cerveza está disponible en la Biblioteca Pública de Nueva York, lo que la ha hecho muy popular entre los cerveceros caseros. Menos conocida es la historia que apunta a que la cerveza contribuyó a que su corazón se inflamase con el sentimiento de independencia de Inglaterra. Tranquilos, no fue a causa de una ingesta excesiva de Ale.
Cuentan sus biógrafos que, aun formulando recetas, Washington no era cervecero sino que adquiría la provisión para su casa a la metrópoli. Sus proveedores eran los cerveceros londinenses Benjamin Kenton y Thomas Dale, a quienes pagaba elevados precios por Ales y Porters que, tal como amargamente refleja en sus diarios, eran de dudosa calidad y en algunos casos un claro engaño.
Cansado de esta situación y ante los oídos sordos de los ingleses, Washington se convirtió en cliente de varios cerveceros de Virginia. El primero de ellos era John Mercer de la Cervecería Marlborough, en el condado de Frederick; también le compraba al aprendiz de Mercer, Andrew Wales, que en 1770 había abierto su propia fábrica, la Alexandria Brewery. Las buenas experiencias con los fabricantes locales lo convencieron de que las Trece Colonias no necesitaban para nada a Inglaterra y debían cortar relaciones con Jorge III, cosa que sucedió en 1774.
Durante la guerra se sucedieron numerosas anécdotas que reforzaron su vínculo con los cerveceros locales y ya durante su etapa de presidente, se aficionó a las Porters de Robert Hare Jr., un cervecero de Filadelfia cuya fábrica se incendió en 1790, hecho que Washington lamentaría en una carta dirigida a su secretario.
Hace unos años, la craft estadounidense Avery recreó la Porter favorita de George Washington; para ello contó con los historiadores cerveceros Martyn Cornell y Horst Dornbusch. Además de fusionar elementos de la producción inglesa del siglo XVII como maltas tostadas, marrones y sobre todo malta ahumada para imitar los sabores impartidos por las técnicas de malteado de suelo de la época, también se usó trigo americano sin maltear, un cultivo muy importante en las colonias y especialmente de Mount Vernon, la finca donde vivió George Washington.
La “Porter presidencial” se fermentó en barriles nuevos de roble blanco americano y se lupuló con Cascade, algo que históricamente es discutible pero seguramente agradaría al propio Washington, al tratarse del ingrediente que más representa a la cerveza estadounidense actual.