Prácticamente cualquier actividad, afición o producto tiene un día consagrado en el calendario. Lo que antes era patrimonio del santoral católico, en los últimos años se ha secularizado, convirtiéndose en un interesante elemento promocional del que la cerveza y sus diferentes estilos no han permanecido al margen.
Una de las últimas en unirse a esta curiosa moda es la Baltic Porter, estilo que desde 2016 celebra su día cada tercer sábado de enero. La fiesta partió de Polonia, donde el apasionado Marcin ‘Mason’ Chmielarz ha conseguido que el estilo haya adquirido —con el permiso de la Grodziskie— el título de “Piwowarski Skarb Polski” o “Tesoro Cervecero Polaco”. Al mismo tiempo, la Baltic Porter recibía una pátina de mitos y leyendas para elevar su estatus.
Dentro de ese prestigio de falso anticuario llama la atención la historia que defiende su preponderancia en la región, afirmación que apenas sin rascar se desarma por sí sola.
Parece que el primero que habló en tiempos modernos de una Porter con cualidades propias elaborada en el Báltico y su área de influencia fue el escritor cervecero británico Michael Jackson. Lo hizo a mediados de la década de 1970, y aunque no está claro si fue el beerhunter el que acuñó el término “Baltic Porter” o lo hizo su colega Bill Yenne, de lo que no hay duda es de que pocos escritores podían presumir de haber conocido de primera mano las cervezas que se hacían tras el telón de acero.
En World Guide to Beer o en sus artículos, Jackson no dice en ningún momento que la Baltic Porter sea una cerveza generalizada en la zona. Si lo hubiese hecho habría incurrido en una falta grave porque su presencia, aunque real, no era tan importante como algunos tratan de hacer creer.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte del Báltico cayó en manos soviéticas. Todos sabemos que los gobiernos tutelados por Moscú no se preocuparon demasiado, ya no solo por la calidad de la cerveza o conservar viejos estilos, sino por mantener en funcionamiento la propia industria. El escritor cervecero Randy Mosher lo describe como una mentalidad basada en el “si no está roto, no lo arregles» o, tal vez, en el «si no se nos está cayendo encima de la cabeza, no lo arreglemos».
Aun así, Mosher no se explica cómo en un sistema como el comunista, donde la economía nunca funcionó, y en el ambiente de la Guerra Fría en el que estaba muy presente la amenaza de aniquilación nuclear, la Porter pudo haber sobrevivido.
Según algunos, la situación anterior al comunismo era casi idílica. Para Wojtek Frączyk, fundador y cervecero de la Browar Widawa —una fábrica de Chrząstawa Mała, en Breslavia— el apogeo de la Porter en Polonia fue antes de la invasión alemana; la ocupación trajo consigo la desaparición de una gran parte del equipo de producción, al ser confiscado por la wehrmacht. Frączyk sostiene que la Porter era tan popular que incluso era recetada por los médicos como cura para la anemia. ¿No os suena a una historia típica de estilos residuales aplicable a cualquier escuela cervecera?
Lo corrobora el siempre meticuloso Martyn Cornell, quien partiendo de los trabajos de la historiadora polaca Marjan Kiwerski, ha investigado en profundidad la historia de la Zjednoczone Browary Warszawskie, la única cervecera que operaba en Varsovia en la década de 1930. La Browary Warszawskie —desde 2021 reconvertida en una moderna microcervecería con restaurante— era responsable de la producción del 10% del país y aunque fue reconstruida en 1951, la Porter no volvió a producirse hasta una década después, lo que nos deja claro que las prioridades estilísticas eran otras. Los datos de la década de 1980 son todavía más claros: La Porter solo representaba el 0,6% de la producción de la cervecería.
La realidad no debe empañar el Baltic Porter Day. El estilo tiene una historia lo suficientemente interesante como para que no sea necesario adornarla. Lo demuestran cada día las nuevas cerveceras de la región, responsables de productos tan interesantes como para haberlas situado en la competitiva escena mundial.