Es indiscutible que las fuentes más fiables para estudiar los orígenes de la cerveza las encontramos en Egipto y Mesopotamia. Los vestigios gráficos y escritos de estas civilizaciones han aportado valiosísimos datos sobre el consumo, la tipología y los procesos de producción de cerveza en el Creciente Fértil, región en la que, junto a su uso alimenticio, el fermentado cumplía una destacable función ceremonial.
Con un riquísimo panteón, la mitología sumeria es especialmente generosa en menciones a la cerveza. Ahí está el famosísimo Himno a Ninkasi y la no menos conocida Epopeya de Gilgamesh, obras de las que os hablamos en nuestro podcast. El primero es un canto de alabanza a la diosa sumeria de la cerveza, Ninkasi, del que incluso se han llegado a extraer recetas que han sido reproducidas por cerveceras de todo el mundo.
Por su parte, la Epopeya, no solo es una apasionante historia —quizás la primera de la Humanidad— y una loa a la cerveza como elemento civilizador, sino también una muestra de lo mucho que desde tiempos remotos les ha gustado a los dioses inmiscuirse en los asuntos humanos. En el texto, la diosa Inanna —aquí mencionada como Ishtar, su otro nombre— se muestra especialmente celosa y rencorosa al ser rechazada por Gilgamesh, rey de Uruk, que prefiere seguir de juerga con su amigo Enkidu. No es difícil imaginar que ninguno de los dos tarambanas termina bien ante tal ofensa.
Inanna, como diosa de la fertilidad, la belleza, el poder político, la guerra y el sexo era venerada en toda Mesopotamia, pero fue en la mencionada Uruk donde su culto tuvo una importancia capital.
Alrededor del 3000 a.C. en esta ciudad de la Baja Mesopotamia se levantaba un gran templo del que todavía se conservan restos. Son vestigios que aportan información sobre el culto a la diosa y dan fe de la importancia que en los templos de Inanna tenía la cerveza, donde era almacenada y producida gracias a las importantes ofrendas que se recibían, especialmente con la llegada de un nuevo año.
Una de las piezas más importantes encontradas por los arqueólogos es el Vaso Sagrado de Warka, un primigenio ejemplo de escultura narrativa en relieve que está dedicado a la celebración del Año Nuevo. En este recipiente de alabastro de casi un metro de altura, los artesanos tallaron de forma secuencial la ceremonia de ofrendas. Comenzando por la base del vaso, en esa parte aparecen los cultivos de trigo y cebada en el Tigris y el Éufrates, siendo representada la espiga de grano madura como una planta rayada con tres hojas lineales que parten de un tallo largo.
La comitiva de figuras desnudas va subiendo con diferentes ofrendas entre las que se incluyen animales y alimentos, para terminar frente a la que se cree es la suma sacerdotisa de Inanna, que recibe fruta y el imprescindible grano para elaborar cerveza, bebida que muy probablemente sería consumida una vez terminada la ceremonia de Año Nuevo.
Además del Vaso Sagrado, en Uruk se han encontrado diversas tablillas especialmente interesantes para los historiadores cerveceros. Esas piezas de arcilla informan sobre la producción de cerveza en el templo y su uso en las liturgias, algunas con un elevado componente sexual.
Historiadores como Jeremy Black y Anthony Green creen que Inanna y su consorte —el semidiós Dumuzi— son los protagonistas de algunas de las numerosas tablillas que representan a un hombre y a una mujer copulando. Además de por tratarse de una imagen “provocativa” tan antigua, la curiosidad reside en que mientras realizan el acto, Inanna está bebiendo cerveza a través de la característica caña mesopotámica. Sin duda, una buena forma de empezar el año.