Una vez que los asentamientos en la costa americana comenzaron a operar con normalidad y generar recursos para la metrópoli, los gobernantes reales intentaron ampliar la actividad a las tierras del interior. No solo se trataba dinamizar la economía, ese intento de extender las fronteras era una de las bases del imperio.
Para conseguir ese objetivo los gobernantes tomaron como ejemplo el modelo del viejo mundo. Siglos antes, buscando que los comerciantes se aventurasen a las zonas rurales de Gran Bretaña, los nobles habían favorecido la creación de posadas y tabernas.
Estas políticas, que tan eficaces habían sido en Europa, obtuvieron un éxito similar en el nuevo mundo sin apenas inversión. Viajeros, comerciantes, cobradores de impuestos y legisladores itinerantes encontraban refugio en las tabernas y posadas que los representantes de la corona obligaban a construir en cada nuevo asentamiento.
En la mayoría de las colonias la circulación de moneda era limitada, funcionando el trueque como sistema de comercio. Uno de los productos más apreciados en ese modelo era la cerveza que llegaba de Inglaterra o los barriles producidos en las fábricas de la costa.
Como en el caso de los asentamientos militares, la logística de trasladar líquidos era complicada. Esto, unido a la garantía que representaba consumir cerveza frente a agua cuyo origen se desconocía, hizo que en cada taberna operase una fábrica de cerveza.
El despegue de las cervecerías rurales fue mayor a medida que los cultivos de cereales y el lúpulo prosperaron. Algo parecido sucedió cuando el comercio con Inglaterra y el sistema monetario mejoró, contribuyendo ambos factores a la consolidación de las tabernas como centro comunitario.
A medida que se abrían nuevos territorios en el interior de Nueva Inglaterra, las refriegas con los nativos americanos eran cada vez más frecuentes. Esta situación, unida a los conflictos con las colonias francesas en Canadá favoreció la formación de una milicia local.
Inglaterra nunca había querido acantonar un gran ejército en América. Inmersa en guerras constantes en Europa, para evitar distraer fuerzas al Nuevo Mundo, animó a los gobernadores a crear una fuerza local formada por los colonos.
La mayoría de los habitantes de las Trece Colonias eran agricultores, ganaderos o comerciantes. Los primeros intento para convencerlos de la necesidad de recibir instrucción militar y dedicar parte de su tiempo a una tarea por la que no recibían ninguna remuneración fueron completamente infructuosos.
Los representantes reales consiguieron vencer ese obstáculo gracias a la cerveza y a las tabernas. Ofreciendo cerveza gratis tras el entrenamiento con armas y las técnicas militares, el número de milicianos aumentó de forma considerable.
La milicia era una buena forma de pasar un tiempo con los compañeros tras la jornada de trabajo en la granja en el taller. Los milicianos más hábiles a la hora de dirigir hombres se convirtieron en oficiales y por primera vez las colonias americanas contaban con un ejército bien entrenado totalmente independiente de Inglaterra.
Tras las maniobras, los hombres de la milicia se reunían en las tabernas no solo para consumir la cerveza prometida; también discutían las injusticias de los gobernantes ingleses. Fue al calor de las chimeneas y apoyados en barriles de cerveza donde surgió el sentimiento de emancipación y el llamado “patriotismo americano” que acabaría desencadenando la Guerra de la Independencia.