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Buena parte de la historia de la cerveza se ha gestado entre de los muros de monasterios. Allí se conservaron durante muchos años los secretos para su elaboración y se desarrollaron importantes recetas de la tradición cervecera.

 

Tras la caída del Imperio Romano, los monasterios cristianos de la Edad Media cumplieron una importante función como centros de conservación del saber. Entre los conocimientos que se protegieron en sus scriptoriums estaba la elaboración de cerveza, un proceso que también se encargaron de perfeccionar. Los monasterios irlandeses, más vinculados con la cerveza que los de zonas de consumo de vino, tuvieron un papel especialmente relevante.

 

Con el Sínodo de Aquisgrán del año 816 la relación de los monasterios y la cerveza dio un paso más. Se estableció que los monjes deberían recibir diariamente un vaso de vino o, cuando no hubiera vino, el doble de “buena cerveza”. Esto favoreció que se instalasen cervecerías en muchas abadías.

 

De esa época es la Planta de Saint Gall, un dibujo arquitectónico de un monasterio de alrededor del 830 que se conserva en la biblioteca de la Abadía de San Galo (Suiza). En este plano se detallan tres cervecerías: una para el consumo diario de los monjes, otra para el servicio a los huéspedes nobles y otra para fabricar para los peregrinos y los pobres. También aparece una zona para el almacenamiento con capacidad para más de una docena de toneles de gran tamaño.

monasterio

Conflictos con la nobleza por la producción de cerveza

 

La producción de cerveza en los monasterios también fue problemática. La nobleza no veía con buenos ojos esta actividad y consiguió que se cerrasen las cervecerías de algunas abadías. Sus protestas se debían a que los monasterios se habían convertido en lugares propensos a los excesos. También buscaban menoscabar el poder de la Iglesia y acabar con la exclusividad de la elaboración de cerveza que los religiosos ostentaron durante mucho tiempo.

 

Finalmente se consiguió eliminar ese privilegio, pero los monasterios conservaron el monopolio de la comercialización de algunos ingredientes para la fabricación. La venta de levadura estaba en esa lista, pero era el gruit —una mezcla de hierbas y especias— el que más beneficios aportaba.

 

A medida que la producción de cerveza se convirtió en una actividad comercial y la iglesia perdía poder en Europa, la actividad cervecera en los monasterios fue decayendo. Desapareció casi en su totalidad tras la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas. Finalizado estos conflictos, algunos monasterios belgas retomaron la producción como una fuente para obtener recursos. Estas abadías de la orden Trapense continúan elaborando cerveza y en los últimos años se ha incrementado el número de ellas que cuentan con una fábrica.

 

En otros casos, el pasado monacal de la cerveza se conserva en populares marcas “de abadía”, pagando el cervecero un canon a la Iglesia por el uso del nombre.

 

 

EL LÚPULO EN LOS MONASTERIOS

 

En los monasterios de Fontanelle (Normandía), St. Denis (París) y Saint-Germain-des-Prés (París) se conservan documentos del siglo VIII en los que se menciona el lúpulo. Por eso no es extraño que sea una abadía la que conserva la primera evidencia de su uso en la elaboración de cerveza.

 

En el 822, Adelardo de Corbie, abad de algunos de los monasterios más importantes de su tiempo y consejero del emperador Ludovico Pío, dentro de las Consuetudines Corbeienses —las normas de funcionamiento de sus abadías— menciona las tareas de recogida de lúpulo y uso en la producción de cerveza.

 

El cultivo del lúpulo también está muy bien documentado desde mediados del siglo IX en los registros de Freising. En esta localidad bávara cercana a Múnich se levanta la abadía benedictina de Weihenstephan, que goza del título de la cervecería más antigua del mundo (1040).