A los historiadores gastronómicos les gusta decir que la pasión que se vive en todo el mundo desde hace décadas por la cocina italiana comenzó con la emigración masiva a Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX. Se estima que entre 1876 y 1930, llegaron a Norteamérica más de cinco millones de personas provenientes de Italia. De ellas, cuatro quintas partes eran originarias del sur de la bota y llevaban consigo sus tradiciones culinarias.
«Los inmigrantes napolitanos trajeron su comida callejera favorita a Estados Unidos: la pizza, que comían con la masa doblada, como una especie de sándwich», afirma el cronista estadounidense de la comida italiana y su historia, John Mariani. Pronto, la pizza dejó de ser solo el tentempié predilecto de los napolitanos y las pizzerías proliferaron por toda la costa este de Estados Unidos. En la década de 1950, ya estaban por todas partes y la popularidad de la pizza a —tanto para comer en el local como para llevar— comenzó a dispararse.
Historia de la cerveza en Italia y el auge de los estilos artesanales
Es cierto que pizza y pasta ya son platos globales, pero decir que fueron las primeras exportaciones culinarias de la península itálica es una exageración. Dos mil años antes de la diáspora americana, los romanos ya habían dado muestras de su interés por la mesa. Aunque las legiones llevaron sus hábitos desde el norte de África a la actual Escocia, también incorporaron los de las culturas que asimilaron. Entre ellos estuvo la cerveza, una bebida con mala prensa entre las clases altas romanas.
Los patricios preferían el fermentado de uva —e incluso separaban el mundo civilizado entre los bebedores de vino y el resto— pero la cerveza fue mucho más popular en Roma de lo que se cree.
Esa popularidad disminuyó con el colapso del imperio y la cerveza no regresó a las mesas italianas hasta tiempos recientes. Si bien desde el siglo XIX la actividad tuvo cierto desarrollo en algunas regiones, fue con la llegada de la birra artigianale a finales de la década de 1990 cuando Italia se convirtió en un referente.
Esa reputación se logró gracias a la conformación de un mercado muy dinámico y a la labor de personajes con gran talento, que casi desde los inicios buscaron elementos de diferenciación frente a otras escenas. Ese renacer cervecero libre de las "alforjas" de la tradición favoreció la experimentación en los modelos de comercialización y trajo consigo nuevos usos de ingredientes y procesos, dando lugar a algunos estilos que podríamos denominar "genuinamente italianos".
Reconocidas oficialmente a nivel internacional y avaladas por organismos como la Unión Europea de Consumidores de Cerveza (EBCU) o el BJCP, la Italian Pilsner y la Italian Grape Ale (IGA) son actualmente referentes de la creatividad del país y modelos a seguir cuando se habla de "terruño" o "cerveza de proximidad".
Qué es la Italian Grape Ale (IGA) y por qué es tan especial
La Italian Grape Ale es un híbrido fascinante: una cerveza que integra en el proceso de elaboración uvas, mosto fresco o incluso orujo de uva. Según Simone Massenza, un reconocido juez y divulgador italiano conocido como El Cazador de Sabores, esta fusión no solo refleja la creatividad innata de los productores italianos, sino también el deseo de rendir tributo al territorio y a su inagotable tradición vinícola.
«La IGA representa el primer estilo de cerveza italiana en alcanzar un reconocimiento internacional. Es una cerveza expresiva, moderna y profundamente conectada con el lugar donde nace, dotada de un potencial enorme para conquistar el paladar de los amantes de la cerveza en todo el mundo. Porque es una cerveza que sabe a uva, pero no pretende ser vino, y un vino que no le teme al lúpulo», afirma Massenza.
«En un mundo lleno de IPAs que muchas veces resultan demasiado similares, la IGA ofrece un soplo de aire fresco, una propuesta diferente y emocionante que merece ser celebrada», añade.
No son pocos los que se atribuyen la paternidad de la Italian Grape Ale. Para Massenza, las raíces están en Maracalagonis, un pequeño pueblo en Cerdeña donde, en 2006, Nicola Perra —fundador del Birrificio Barley— comenzó a experimentar con la incorporación de uvas en la cerveza. Esta idea se materializó en la célebre BB10, considerada por algunos como la primera IGA moderna.
Luca Giaccone, otro experto italiano y editor de la Guida alle birre d’Italia, discrepa con Massenza y sostiene que el primer cervecero en atreverse a explorar esta combinación fue su vecino Teo Musso, fundador de la birreria Le Baladin en Piozzo. En el año 2000, Musso decidió añadir un 25% de uvas Dolcetto —una variedad tinta local— a 500 litros de su cerveza Nöel, una versión inspirada en las cervezas oscuras belgas de Navidad.
Teo Musso y Nicola Perra: pioneros de la Italian Grape Ale
El experimento no quedó allí: al año siguiente, optó por usar Nebbiolo, la uva utilizada en los famosos vinos Barbaresco y Barolo; y en 2002 repitió la prueba con Dolcetto. «Estas cervezas, bautizadas como Nöel Perbacco, nunca fueron lanzadas al mercado comercialmente. En lugar de eso, se embotellaron en formato de 75 centilitros como un homenaje familiar al padre de Teo, que era enólogo.
Las botellas llevan la advertencia “No tocar durante al menos 10 años”, convirtiéndolas en auténticas joyas para coleccionistas y amantes de la cerveza experimental», sostiene Giaccone.
Giaccone no resta importancia a Nicola Perra, quien comenzó su propio camino en el uso de la uva, pero desde la perspectiva de un cervecero casero. «Nicola empezó a experimentar con la adición de sapa, un mosto de uva extremadamente concentrado y recocido que se utiliza tradicionalmente en la cocina sarda.
Para él, la sapa actuaba de una forma similar a las especias, incorporándola al final de la cocción del mosto cervecero. Este enfoque resultó ser innovador y muy prometedor». En 2006, Nicola lanzó al mercado la mencionada BB10, una cerveza que incluía sapa de uva Cannonau. Con el tiempo se ha consolidado como un productor destacado de IGA, ofreciendo una amplia gama de cervezas que celebran la riqueza vitícola local.
Otros padres y otras técnicas que consolidaron la Italian Grape Ale
Al mismo tiempo que Nicola Perra, en 2006, Riccardo Franzosi, fundador de la cervecería Montegioco en el pequeño pueblo piamontés de Montegioco, empezó a trabajar con distintas variedades de uvas locales.
Entre ellas estaba Timorasso, Croatina, Barbera y Moscatel de Hamburgo. Su método consistía en calentar las uvas para desactivar posibles esporas y luego añadirlas al final de la fermentación del mosto de cerveza. De estos experimentos surgieron cervezas como Tibir, lanzada en 2007 y elaborada con Timorasso, y Open Mind, de 2008, con Croatina. Estas creaciones destacaron por su carácter innovador y por la forma en que lograron integrar de manera armónica las notas a vino con el perfil tradicional de la cerveza.
Un caso igualmente interesante es el de Valter Loverier, quien comenzó a usar uvas en 2002; lo hizo en su etapa de homebrewer, cuando vivía cerca de Turín. En 2009 fundó oficialmente la cervecería Loverbeer, año en el que también presentó la BeerBera. Esta cerveza introdujo un enfoque radicalmente diferente: el proceso comenzaba con una fermentación natural del mosto de uva y solo cuando esta fermentación estaba en curso se añadía el mosto de cerveza. La técnica se alineaba más con las prácticas de fermentación espontánea, dando lugar a cervezas con el perfil ácido pronunciado y la complejidad que asociamos con la Lambic belga.
«Con el tiempo, la BeerBera fue reemplazada por la Sour Sketch, aunque la filosofía experimental siguió siendo el sello distintivo de las cervezas de Loverbeer. Estas creaciones son claros ejemplos de lo que muchos denominan “IGAs salvajes” o “Sour IGAs”, un subestilo que destaca por su acidez y su carácter impredecible», apunta Giaccone.
En la génesis de la Italian Grape Ale hay otros nombres, pero si lo que queremos es conocer algunas propuestas más recientes que merecen una atención especial no puede dejar de mencionarse al Birrificio Sagrin. Fundado en 2015 en la región del Piamonte, su técnica consiste en utilizar mostos de uvas locales despalilladas y prensadas. Estos mostos se añaden el segundo día de la fermentación y en ellos se emplean tanto levaduras de cerveza como levaduras de vino, lo que resulta en un perfil muy elegante.
El primer gran reconocimiento para el trabajo de todos estos nombres llegó en 2015. Gracias al esfuerzo del juez y divulgador Gianriccardo Corbo, la Italian Grape Ale entró la Guía BJCP. Ahora, una década después, el estilo ha conseguido tener su día propio. Sin duda, es un reconocimiento a una historia de curiosidad, experimentación y pasión por unir dos mundos profundamente arraigados en la cultura mediterránea.
La Italian Grape Ale no es solo una fusión entre vino y cerveza: es el resultado de décadas de creatividad, valentía y amor por el terruño. Su reciente inclusión en el calendario cervecero mundial es un reconocimiento merecido para un estilo que sigue evolucionando sin perder su alma.
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