La percepción global cambió alrededor de 2018, cuando la cerveza sin alcohol –o con un bajo contenido en alcohol– se aupó a los primeros puestos de crecimiento del sector, pasando a formar parte de las prioridades de muchos fabricantes.
Este cambio estuvo propiciado por varios factores, pero quizá el más destacable es que su aroma y sabor había experimentado tal mejoría que, por fin, la alejaba de concepto de mera comparsa de la “cerveza de verdad”. En ese cambio han jugado un papel importante los avances técnicos, reflejo de la inquietud que siempre ha acompañado al mundo de la cerveza.
Todo empezó en la Ley Seca
Decir que los orígenes de la cerveza “sin” alcohol los encontramos en el período en el que la fabricación, venta o transporte de licores embriagantes estuvo prohibido en Estados Unidos no es una exageración. Es cierto que las primeras cervezas que produjo el ser humano apenas tenían alcohol, pero se debía a la tipología de ingredientes y a que los procedimientos no eran muy eficientes.
Los egipcios elaboraban una bebida con cereales que calentaban para cortar la fermentación. Pero es con la Ley Seca, la primera vez en la historia, que la eliminación del alcohol de las bebidas fue un objetivo formal. Un objetivo que tenía como fin último garantizar la supervivencia de toda una industria a la que se impedía trabajar con normalidad.