Poco antes del verano más de uno aborda la temida operación bikini en la que los excesos de los meses más fríos pasan factura. Hablar de calorías y cerveza implica casi automáticamente mencionar la temida barriga pero lo cierto es que las matemáticas nos ayudan a desterrar mitos.
La primera idea preconcebida a evitar es el de las generalizaciones. Hay múltiples estilos de cerveza, así como numerosas variedades de vino y las diferencias de volumen alcohólico entre ellas serán notables y, en consecuencia, también los serán las calorías.
Se suele señalar que una pinta de cerveza de un 5% de alcohol en volumen aporta 239 calorías mientras que el contenido medio de una copa de vino de un 12% de alcohol en volumen asciende a 133 calorías. Sin embargo, diversos estudios han comprobado que a corto plazo –considerando como tal un periodo no superior a 10 semanas– los consumidores de ninguna de ellas suben peso.
Lo cierto es que en bebidas como la sidra, la cerveza, el vino, o los licores resulta clave el proceso de fermentación o de la destilación que convierten el azúcar en alcohol. Los expertos consideran que las calorías en la cerveza se generan por esos remanentes de carbohidratos presentes en ella. Partiendo del caso del vino, una unidad de alcohol equivale a 10 ml o, aproximadamente, 8 gramos de puro alcohol y teniendo en cuenta que el alcohol supone 7 calorías por gramo, la operación es sencilla: 56 calorías por unidad. La regla común considera que a mayor alcohol, más calorías y viceversa.
De hecho, en lo alto de las bebidas más calóricas se encuentra el ron frente a opciones más ligeras como el cava. La cerveza se sitúa en los puestos más bajos de este ranking y aún lo están más las cervezas sin alcohol: nota que cabe tener en cuenta por los más preocupados por su línea. O bien -otra opción- cabe olvidarse de la báscula un segundo y disfrutar.