Con frecuencia escuchamos que entre un 85 y un 90% de una cerveza es agua. Esto nos podría llevar a pensar que para producir un litro de cerveza necesitaremos un litro de agua, pero no es así. El agua es necesaria en diferentes momentos del proceso de elaboración de la cerveza. Por eso —aunque por una cuestión de preocupación medioambiental los cerveceros hemos reducido drásticamente nuestras necesidades de agua en la última década—, para producir 1 litro de cerveza una fábrica moderna consume entre 3 y 5 litros de agua. ¡Una gota en el total!
Esa cantidad de agua es la que se necesita tanto para la elaboración de la bebida como para la limpieza del equipo usado en la fabricación. Además, todo el agua usada en esa ultima fase, se depura.
Pero es indudable que la cerveza deja tras ella una “huella hidráulica” (es algo que cerveceros no podemos obviar). Previamente a que los ingredientes lleguen a nuestra fábrica recorren un largo camino; es en ese “trayecto” cuando más agua se consume.
Un uso más eficiente del agua
La mayor parte del agua del proceso de elaboración de la cerveza (aproximadamente un 98%) se gasta en el cultivo de la cebada y el lúpulo. Por eso es en este campo donde estamos haciendo más esfuerzos, optando por variedades que necesiten menos riego y tratando de concienciar a los agricultores del uso de sistemas más eficientes.
Aunque hay países que consumen 180 litros, según The World Wildlife Fund (WWF) cada litro de cerveza necesita aproximadamente 155 litros de agua para su elaboración. Afortunadamente, cada año la cifra se reduce y con los avances y las mejoras en las canalizaciones pronto conseguiremos reducir esa cantidad a poco más de 60 litros.
Esta cifra puede parecernos todavía muy elevada, pero es muy pequeña si la comparamos con los 120 litros necesarios para hacer una infusión de un litro de té, los 600 que hacen falta para producir un litro de zumo de naranja, los 800 del vino, o los 1100 necesarios para el café.
El próximo paso es producir cervezas con agua reciclada sin que pierdan ni un ápice de calidad. Algo que estamos seguros que conseguiremos en el futuro.