Dado que entre un 85 y un 90% de la cerveza es agua, una cervecería tiene que disponer de un suministro constante y abundante de este líquido, de ahí que desde Mesopotamia muchas cervecerías se asentasen a orillas de ríos o cerca de un buen manantial.
La base de cualquier cerveza, en sus diferentes modalidades, es el grano. Los productores de bebidas fermentadas han adaptado sus recetas al cereal que más abunda en su región. Así, en Extremo Oriente abundan las bebidas producidas con arroz o mijo, en América la estrella es el maíz en sus infinitas variedades, y en África no faltan fermentados a base de sorgo.
En Oriente Próximo y en Europa podemos encontrarnos centeno, avena, trigo o cebada. Todos ellos son una base válida, pero ninguno se comporta tan bien como la cebada, de ahí que algunas veces se le denomine “el cemento de la cerveza”.
A simple vista, un campo de cebada (Hordeun vulgare) apenas se distingue de uno de trigo o incluso de centeno. Ambos están compuestos por hierbas de tonos amarillos con un tallo largo rematado en una espiga con granos (distribuidos en u). El cervecero se quedará sin dudarlo con el primer cultivo, dejando los otros para sus colegas panaderos.
La cebada tiene tres valores que la convierten en uno de los principales aliados del elaborador de cerveza: bajo contenido en proteínas, una cáscara dura que ayuda al filtrado del líquido y sobre todo un elevado contenido de almidón. Para optimizar su uso deberá ser sometida a otro proceso “mágico”: EL MALTEADO.
Estrella Galicia usa malta obtenida a partir de cebada de dos carreras de primavera sin trazas de organismos genéticamente modificados.