Con frecuencia escuchamos que entre un 85 y un 90% de una cerveza es agua. Esto nos podría llevar a pensar que para producir un litro de cerveza necesitaremos un litro de agua, pero no es así.
La caída del Muro de Berlín trajo consigo una ola de privatizaciones y ventas de negocios en la antigua Alemania Oriental. La cerveza no fue una excepción y antiguas cervecerías que habían dejado de producir tras la Segunda Guerra Mundial fueron adquiridas por otros fabricantes occidentales o empresarios privados.
Ese fue el caso de la Neuzeller Klosterbrauerei, una cervecería del área de Brandeburgo cuyos orígenes se remontan a la fábrica que operó en el monasterio de Neuzelle a partir de 1416. Según diversos documentos, la actividad comenzó con la obligación que tenían los agricultores a los que los monjes tenían arrendadas sus tierras de entregar una parte de su cosecha de lúpulo. No obstante, se sabe que los religiosos de Neuzelle no recibieron permiso para fabricar cerveza comercialmente hasta 1589, cuando el emperador Rodolfo II permitió que su cerveza se vendiera en los alrededores. Como muchos otros monasterios europeos, Neuzelle fue abandonado en el marco de las Guerras Napoleónicas, quemándose la cervecería en un grave incendio en 1892, para ser reconstruida en 1902. La cervecería del monasterio fue expropiada en 1948 y nacionalizada por las autoridades comunistas, situación en la que permaneció hasta que fue adquirida por la familia Fritsche, después de la reunificación.
Los Fritsche tuvieron claro desde el principio que en un mercado en el que conviven cientos de cerveceras regionales con gigantes nacionales, tenían que buscar algo que hiciese destacar a su fábrica. La respuesta llegó con unas etiquetas atrevidas que cuestionaban la Reinheitsgebot, la Ley Alemana de la Pureza de la Cerveza que limita los ingredientes que pueden usar los fabricantes germanos. El buque insignia del portafolio de Neuzeller, la Schwarze Abt —una cerveza negra de Abadía—, recibió inmediatamente la atención de las autoridades al usar azúcar en su receta. La disputa legal sobre si la Schwarze podía usar la denominación “cerveza” se prolongó durante 13 años y dio lugar a la llamada “Guerra de la Cerveza de Brandeburgo”, de la que finalmente Neuzeller salió victoriosa, argumentando el componente histórico de su producto.
El siguiente capítulo estuvo protagonizado por la Badebier, una cerveza que se comercializa desde 1996 como “la primera cerveza de baño”. Producida para el balneario Kummerower Hof, donde se usa en algunos de sus tratamientos, la Badebier también se puede beber, doble uso que no gustó a algunos colegas del sector. Gustó tan poco como la reciente creación de Neuzeller.
En las pasadas semanas, Stefan Fritsche ha tenido una gran presencia en los medios alemanes gracias a lo que él denomina una importantísima novedad para el mundo de la cerveza. La nueva cerveza de Neuzeller, desarrollada en laboratorios europeos durante los últimos dos años, no llega en forma líquida sino en polvo. Se trata de un preparado al que únicamente debe añadirse agua para conseguir una bebida que recuerda a la cerveza, siendo necesarios unos 100 gramos de extracto para conseguir un litro.
Además de resaltar el trabajo de investigación que hay detrás de su cerveza en polvo, Fritsche cree que en el entorno actual existen grandes posibilidades para la creación, especialmente cuando hablamos de costes de transporte o huella de carbono. Según el empresario cervecero, cuando se produzca a gran escala —y se perfeccionen sus características sensoriales y de disolución—, el precio de la cerveza producida a través de extracto será un 90% menor al de una marca clásica, lo que la hará especialmente atractiva para mercados como el africano.
Con cierto escepticismo, Benedikt Meier, miembro de la Asociación de Cervecerías Privadas de Baviera, consideró la cerveza en polvo una «buena innovación», pero se esforzó en recordar el componente social de la cerveza, como bebida que se disfruta en bares, restaurantes, fiestas o con amigos.