CERVEZA EN POLVO CONTRA LA HUELLA DE CARBONO

La caída del Muro de Berlín trajo consigo una ola de privatizaciones y ventas de negocios en la antigua  Alemania Oriental. La cerveza no fue una excepción y antiguas cervecerías que habían dejado de  producir tras la Segunda Guerra Mundial fueron adquiridas por otros fabricantes occidentales o  empresarios privados. 

Ese fue el caso de la Neuzeller Klosterbrauerei, una cervecería del área de Brandeburgo cuyos  orígenes se remontan a la fábrica que operó en el monasterio de Neuzelle a partir de 1416. Según  diversos documentos, la actividad comenzó con la obligación que tenían los agricultores a los que  los monjes tenían arrendadas sus tierras de entregar una parte de su cosecha de lúpulo. No obstante,  se sabe que los religiosos de Neuzelle no recibieron permiso para fabricar cerveza comercialmente  hasta 1589, cuando el emperador Rodolfo II permitió que su cerveza se vendiera en los alrededores.  Como muchos otros monasterios europeos, Neuzelle fue abandonado en el marco de las Guerras  Napoleónicas, quemándose la cervecería en un grave incendio en 1892, para ser reconstruida en  1902. La cervecería del monasterio fue expropiada en 1948 y nacionalizada por las autoridades  comunistas, situación en la que permaneció hasta que fue adquirida por la familia Fritsche, después  de la reunificación. 

Los Fritsche tuvieron claro desde el principio que en un mercado en el que conviven cientos de  cerveceras regionales con gigantes nacionales, tenían que buscar algo que hiciese destacar a su  fábrica. La respuesta llegó con unas etiquetas atrevidas que cuestionaban la Reinheitsgebot, la Ley  Alemana de la Pureza de la Cerveza que limita los ingredientes que pueden usar los fabricantes  germanos. El buque insignia del portafolio de Neuzeller, la Schwarze Abt —una cerveza negra de  Abadía—, recibió inmediatamente la atención de las autoridades al usar azúcar en su receta. La  disputa legal sobre si la Schwarze podía usar la denominación “cerveza” se prolongó durante 13 años  y dio lugar a la llamada “Guerra de la Cerveza de Brandeburgo”, de la que finalmente Neuzeller salió  victoriosa, argumentando el componente histórico de su producto. 

El siguiente capítulo estuvo protagonizado por la Badebier, una cerveza que se comercializa desde  1996 como “la primera cerveza de baño”. Producida para el balneario Kummerower Hof, donde se  usa en algunos de sus tratamientos, la Badebier también se puede beber, doble uso que no gustó a  algunos colegas del sector. Gustó tan poco como la reciente creación de Neuzeller. 

En las pasadas semanas, Stefan Fritsche ha tenido una gran presencia en los medios alemanes  gracias a lo que él denomina una importantísima novedad para el mundo de la cerveza. La nueva  cerveza de Neuzeller, desarrollada en laboratorios europeos durante los últimos dos años, no llega  en forma líquida sino en polvo. Se trata de un preparado al que únicamente debe añadirse agua para  conseguir una bebida que recuerda a la cerveza, siendo necesarios unos 100 gramos de extracto  para conseguir un litro. 

Además de resaltar el trabajo de investigación que hay detrás de su cerveza en polvo, Fritsche cree  que en el entorno actual existen grandes posibilidades para la creación, especialmente cuando  hablamos de costes de transporte o huella de carbono. Según el empresario cervecero, cuando se  produzca a gran escala —y se perfeccionen sus características sensoriales y de disolución—, el precio  de la cerveza producida a través de extracto será un 90% menor al de una marca clásica, lo que la  hará especialmente atractiva para mercados como el africano. 

Con cierto escepticismo, Benedikt Meier, miembro de la Asociación de Cervecerías Privadas de  Baviera, consideró la cerveza en polvo una «buena innovación», pero se esforzó en recordar el  componente social de la cerveza, como bebida que se disfruta en bares, restaurantes, fiestas o con  amigos.

Cultura de Cerveza

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