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Este próximo sábado 16 de septiembre comenzará la 188 edición de la Oktoberfest de Múnich. Desde  que la cerveza ganó protagonismo en un evento que nació como una carrera de caballos para  celebrar la boda de dos nobles bávaros, tal como vimos en nuestro podcast, el precio de la jarra de  litro que se sirve en las 17 carpas del recinto es uno de los principales temas de conversación entre  los locales. Este año, un mass de Festbier costará entre 12,60€ y 14,90€, aproximadamente un 6% más de media que el año pasado. Es un porcentaje bastante bajo si tenemos en cuenta que es la  primera edición sin ninguna restricción pandémica, lo que augura un éxito de visitantes. 

 

Aquellos que no puedan acercarse a la Theresienwiese alguno de los 18 días de la fiesta, seguro que  encontrarán a lo largo del otoño alguna fiesta en su ciudad que trata de trasladar el ambiente, la  estética y la gastronomía de la Oktoberfest. Seguramente, alguno de vosotros se haya preguntado  por qué una fiesta así se ha extendido con tanto éxito por todo el planeta.  

 

La globalización de la Oktoberfest es una conjunción de factores económicos, políticos e históricos.  El aspecto que facilitó su aceptación lo encontramos en la presencia de las cervezas muniquesas en  todo el mundo desde mediados del siglo XIX y principios del XX, cuando gracias a los avances de la  producción del frío de forma artificial, la capital bávara se convirtió en el centro cervecero más  importante del planeta. Desde ese momento, nombres como Augustiner, Hacker-Pschorr,  Löwenbräu, Paulaner, Spaten o Hofbräuhaus han tenido y siguen teniendo su hueco en todos los  bares. 

 

Aun así, el éxito de la Oktoberfest como fenómeno turístico es mucho más reciente. Concretamente,  surgió tras la Segunda Guerra Mundial, cuando más de un millón y medio de soldados  estadounidenses permanecieron en suelo alemán, la mayoría de ellos en los alrededores de Múnich.  Mandos de las fuerzas de ocupación y autoridades locales propiciaron que volviese a celebrarse la  Oktoberfest (entre 1939 y 1945 se canceló a causa de la guerra) para hacer más agradable la  estancia. Entre 1946 y 1948 se organizó una modesta fiesta de otoño, pero a partir del otoño de 1949  la Theresienwiese volvió a llenarse de carpas. Era el momento del año que aprovechaban algunas  familias estadounidenses para visitar a sus hijos destinados en Alemania. 

 

Una vez regresaban a sus casas en Estados Unidos, muchos de ellos promovían en sus pueblos  eventos similares al que habían visto en Alemania con cervezas importadas o recetas elaboradas por  fabricantes estadounidenses que imitaban a la Märzenbier y a la Festbier con mayor o menor grado  de acierto. 

 

A la expansión de la Oktoberfest también contribuyó la emigración alemana. Previamente a las dos  guerras mundiales ya hay constancia de fiestas cerveceras en América —se estima que solo en  Estados Unidos hay unos 45 millones de personas de ascendencia germana—, pero fue entre 1951 y  1970 cuando alrededor de un millón de alemanes emigraron a América, el momento en el que las  versiones transoceánicas de la Oktoberfest se asentaron en el nuevo mundo. 

 

Actualmente, las mayores Oktoberfest americanas se celebran en la localidad brasileña de Blumenau y en la estadounidense de Cincinnati. La primera se comenzó a organizar en 1984 y la estadounidense  lo hizo ocho años antes. Previamente, Berks, Pensilvania; La Crosse, Wisconsin; y Kitchener– Waterloo, Ontario, tuvieron sus versiones de la Oktoberfest en 1949, 1961 y 1967 respectivamente. 

 

Es indiscutible que la añoranza de la tierra de origen, la historia, la economía y un mayor acceso a los  viajes han sido factores importantes para el éxito de la Oktoberfest en todo el mundo, pero sobre  todos ellos domina la permeabilidad del ser humano ante cualquier evento lúdico. Prost!