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El museo de la ciudad bávara de Freising expone un vaso de cerveza que fue arrojado desde lo alto de la torre de su catedral sin sufrir daños.

 

El prestigio de Weihenstephan como campus cervecero y banco de levaduras, pero sobre todo el lustre que le aporta su autodenominación de “fábrica de cerveza más antigua del mundo”, hacen que cada año miles de aficionados a la cerveza se desplacen hasta Freising, la localidad del norte de Múnich en la que está asentada.

 

Los momentos de mayor afluencia son durante la Oktoberfest o al final del verano, cuando los campos de lúpulo de la cercana Hallertau están en flor.

 

 

SAN CORBINIANO Y EL OSO

 

La fundación de Weihenstephan se atribuye a San Corbiniano (Korbinian en alemán), quien levantó alrededor del año 720 un monasterio en una de las dos colinas de Freising. Supuestamente, en el 1040, los benedictinos comenzaron a elaborar cerveza en las dependencias hasta que tuvieron que abandonarlo a principios del XIX a consecuencia de la secularización. Ya en manos estatales, la cervecería comenzó a ganar reputación, especialmente a partir de la década de 1920, cuando Katharina Eisenreich, la encargada de la taberna de la fábrica —el Bräustüberl Weihenstephan— comenzó a acompañar las cervezas de sus clientes con una creación suya: el obatzda.  

 

Esta sabrosa crema de untar elaborada con queso, mantequilla, cebolla y especias se convirtió desde ese momento en el snack cervecero bávaro por excelencia y algo que hay que pedir si se visita Weihenstephan.

 

Como la mayoría de los santos, Corbiniano no está falto de milagros. Quizá el más conocido sea el del oso que mató a su caballo en su peregrinación a Roma y que acabó siendo el encargado de llevar su carga hasta la ciudad santa, pero si queremos un milagro más cervecero tendremos que ascender a la otra colina de Freising. 

 

 

OTÓN DE FREISING Y EL VASO DE CERVEZA IRROMPIBLE

 

Como su nombre indica, en la colina de la catedral está la Mariä Geburt, un edificio con un sobresaliente interior barroco. En el promontorio también nos encontraremos el palacio en el que vivió Otón de Freising —uno de los filósofos de la historia más reputados de la época medieval y el autor de la supuesta autorización para que Weihenstephan pudiese comenzar a elaborar cerveza— y con un museo que expone miles de objetos religiosos, entre ellos un vaso de cerveza irrompible.

 

La leyenda cuenta que, en 1724, en la ceremonia de inauguración de los trabajos de renovación de la catedral realizados con motivo del milenario de su fundación, el maestro carpintero, encaramado en lo alto de la torre, gritó “¡Vivat!” en un brindis por el príncipe obispo, apuró hasta el fondo su vaso de Weissbier y lo lanzó al vacío. Sorprendentemente, el vidrio permaneció intacto y como conmemoración de tan milagroso acontecimiento, se le grabaron un lema y el escudo de armas del obispo, conservándose cuidadosamente hasta el día de hoy. 

 

Ya en su momento se especuló que todo había sido una estratagema para atraer la atención y que los organizadores del “milagro” habían ocultado paja en el suelo para amortiguar la caída. De cualquier forma, el vaso es un magnífico ejemplo de la cristalería usada para la cerveza con una forma similar al usado en las Weizenbocks actuales.

 

Si la narración de esta historia ha dado sed a los viajeros, la mejor opción es acercarse hasta al casco urbano. Situado entre las dos colinas, en sus calles abundan los biergartens y las tabernas en las que se sirven los productos de las cervecerías locales: la estatal Weihenstephan y la privada Gräfliches Hofbrauhaus.  Algunos de estos locales son de la época en la que se produjo el milagro del vaso de Weissbier, época en la que la ciudad contaba con 18 cervecerías, una cifra sorprendente teniendo en cuenta el número de habitantes.

 

 

Un santoral lleno de milagros cerveceros

 

Los milagros de San Corbiniano y el del vaso irrompible de la catedral de Freising no son los únicos que, de una forma u otra, tienen una relación con la cerveza. El santoral católico es bastante generoso en ellos. Incluso San Patricio, santo patrón de Irlanda e impulsor cada 17 de marzo de una de las grandes fiestas cerveceras del planeta, protagonizó alguno, pero sin llegar a la altura de los oficiados por otros de sus compañeros como San Arnulfo de Metz, San Nicolás o San Columbano de Luxeuil.

 

San Arnulfo y la cerveza que se multiplica

 

Una de las primeras medidas de San Arnulfo —no confundir con San Arnulfo de Soissons, a quien se atribuye el descubrimiento del filtrado de la cerveza y es venerado por los cultivadores de lúpulo— cuando fue ordenado obispo de la ciudad francesa de Metz a principios del siglo VII fue conminar a sus feligreses a consumir cerveza creyendo que el agua podía contribuir a la propagación de la epidemia que estaba padeciendo la ciudad, pero su milagro cervecero lo ofició una vez fallecido. 

 

Cuando sus fieles consiguieron la autorización para trasladar a Metz el cuerpo desde el monasterio de Remiremont, donde se había retirado para pasar sus últimos años, se encontraron con una lamentable situación: apenas quedaba un resto de cerveza en el fondo del recipiente en que se guardaba. Era una cantidad insuficiente para un largo y penoso trayecto en el que no había posadas ni tabernas. El milagro se produjo tras la oración de uno de sus feligreses más fieles: la minúscula porción de cerveza se multiplicó para saciar la sed de toda la congregación. 

 

San Nicolás y los cereales

 

Otro obispo propenso a los milagros fue San Nicolás a quien, durante su gobierno de Mira, en la actual Turquía, se le acumularon los problemas. En un momento en el que su diócesis estaba sufriendo una gran hambruna, San Nicolás se enteró que una flota de barcos cargados de cereal había atracado en el puerto. El obispo pidió a los capitanes que le cediesen un parte de su carga para saciar el apetito de sus feligreses, algo a lo que estos no accedieron por miedo a un castigo ejemplar, ya que el grano se pesaba cuando salía deAlejandría y nuevamente en Constantinopla, donde debían entregarlo. 

 

Fue entonces cuando se obró el milagro. San Nicolás les garantizó que, si accedían a su petición, su carga no disminuiría. Los capitanes aceptaron y cuando llegaron a los graneros imperiales no faltaba nada de su carga. El milagro fue mayor en Mira. Los cereales se incrementaron milagrosamente y no solo fueron suficientes para alimentar a la gente y producir cerveza, sino que aún quedó el necesario para sembrar los campos y recoger una cosecha al año siguiente.

 

 

San Columbano y el tonel 

 

Finalizamos con San Columbano, a quien las leyes de San Benito le debieron parecer demasiado laxas para su monasterio de Luxeuil e implantó unas nuevas normas más estrictas. Con ellas, los monjes recibían alimentos y cerveza en proporción al trabajo que realizasen. Se cuenta que en una ocasión se encontró con un grupo de paganos oficiando un sacrificio, en forma de barril de cerveza, a su deidad. 

 

San Columbano se opuso a este acto y con su aliento hizo que el tonel estallase con un gran estruendo ante la conmoción de los presentes. A continuación, explicó a los bárbaros que a su Dios no le gustaba que se desperdiciase la cerveza y la apreciaba, pero solo cuando se destinaba al consumo y se bebía en su nombre. Esto debió convencer a los infieles porque muchos fueron bautizados en el mismo lugar.

 

Además de la multiplicación de comida, grano y cerveza, Columbano practicó la sanación, destacando la cura de varios monjes enfermos que se recuperaron a tiempo para recoger la cosecha de cebada del monasterio, pero seguramente su último deseo es una de las mejores pruebas del amor del santo a nuestra bebida:

 

«Mi designio es morir en la cervecería, cuando esté espirando poned cerveza en mi boca, así cuando venga el coro de ángeles, podrán decir: “Dios sé misericordioso con este bebedor”».

 

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