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En el año 822, Adelardo de Corbie documentó el uso del lúpulo en el monasterio benedictino cercano a Amiens del que fue abad y cuyo nombre se usaría años más tarde en su canonización. Adelardo, además de aconsejar al emperador Carlomagno, tuvo tiempo para dictar unas normas sobre la vida en una comunidad religiosa en la que la cerveza parecía ocupar un lugar destacable. De estas leyes los historiadores han extraído datos muy interesantes y en lo que afecta al lúpulo todo parece indicar que los monjes que lo recolectaban de plantas silvestres que crecían en las proximidades conocían perfectamente su cualidades.

 

En los dos siglos siguientes el lúpulo continuó ganando importancia para los cerveceros y fue precisamente otro miembro de la orden benedictina –en este caso mujer– quien continuó aportando valiosa información. En el monasterio renano de Rupertsberg, Hildegarda de Bingen, también conocida como “la sibila del Rin” o “la profetisa teutónica”, concluyó que el lúpulo evitaba algunas putrefacciones de las bebidas e incrementaba su duración. Santa Hildegarda no hizo más que recoger en su Physica Sacra lo que los cerveceros centroeuropeos coetáneos ya sabían. No era algo fruto de la casualidad puesto que precisamente en la zona en la que Hildegarda desarrollaba su labor operaban los fabricantes que dominarían el arte de la cerveza durante más de trescientos años.

 

En Centroeuropa, desde el siglo XIII, el lúpulo no se recolectaba sino que se plantaba en las ciudades y sus alrededores. En 1250, Wismar, a orillas del mar Báltico, ya era un importante centro de cultivo, actividad que incrementaría su importancia con la formación de la Liga Hanseática, la confederación de ciudades comerciales del norte de Alemania y el Báltico. El comercio a gran escala de lúpulo permitía a la Liga compensar las malas cosechas regionales y garantizar un suministro ininterrumpido a sus cerveceros, que destacaban sobre otros competidores por la estabilidad de sus productos y la resistencia que estos tenían durante los viajes por tierra y mar.

 

La Liga tenía en Hamburgo su centro de distribución de lúpulo, era el «Forum humuli», un mercado dedicado exclusivamente a este ingrediente, mucho del cual llegaba navegando por el río Elba desde lugares tan lejanos como Bohemia. Esta región de la República Checa fue reconocida por la calidad de su lúpulo prácticamente desde que la planta se introdujo en Europa, pero fue a partir de 1346, bajo el reinado de Carlos IV, cuando se convirtió en un producto vital para su economía, contando con una legislación propia destinada a su protección.

 

El declive de la Liga a causa de cambios geopolíticos y económicos hizo que el eje del lúpulo europeo se desplazase más al sur. Junto a la mencionada Bohemia, la pujante Baviera pasó a ocupar una posición privilegiada en el cultivo y comercialización de la planta.

 

Para Guillermo IV de Baviera, la cerveza era algo muy serio. No solo a la hora de consumirla sino también por lo que representaba económicamente para una corte propensa al despilfarro. Solo hay que decir que la firma de este duque nacido en Múnich figura al pie de la Reingeitsgebot, la conocida Ley de la Pureza de la Cerveza decretada el 23 de abril de 1516.

 

Además de cerveza, a Guillermo le gustaba estar rodeado de los mejores hombres de su tiempo, y uno de sus favoritos era el historiador, humanista y filólogo Johann Georg Turmair, de quien se convirtió en mecenas. Nombrado historiador oficial de Baviera, Turmair, escribió los Annales Boiorum (Anales de Baviera), una serie de volúmenes en los que además de relatar la historia del sur de Alemania hasta el año 1460, se recogen interesantes datos sobre la producción de cerveza y el uso de sus ingredientes, especialmente  del lúpulo. El “Herodoto de Baviera” había tenido relación con la planta desde muy temprano ya que Abensberg, gracias a su clima y a las condiciones óptimas del suelo, era una de las grandes áreas de cultivo de Alemania. La localidad era tan importante y reconocida que Turmair terminó siendo conocido como Aventinus, la latinización de Abensberg. Hoy en día, el legado de Aventinus permanece en varias cervezas pero además, para muchos cultivadores de lúpulo centroeuropeos, es uno de sus padrinos.

 

Aventinus, más centrado en el pasado que en el presente o en las predicciones, no anticipó lo que estaba por venir. La Guerra de los Treinta Años cambió por completo la escena Centroeuropea y Baviera no permaneció al margen. Aun con dramáticas consecuencias para la población, el estado germano gobernado por Maximiliano I introdujo políticas mercantilistas que contribuyeron a crear una estructura comercial que contribuyó a que Centroeuropa dominase el comercio mundial del lúpulo desde hace casi cuatro siglos.