Texto: María Nieto

Cuando algo se hace esperar 25 años solo hay dos finales posibles, y los dos son muy extremos. Afortunadamente, The Flamin’ Groovies han sabido dirigir su concierto en el Garufa Club hacia el extremo positivo desde el primer acorde.

Y eso pese a la ausencia de Roy Loney. El cantante original había anunciado su regreso -triunfal y esperadísimo-, con la idea de recuperar temas del álbum de referencia de la banda, «Teenage Head», pero el azar decidió jugar una mala pasada a los de San Francisco y hace solo unos días se confirmaba que Loney no podría subir al escenario con el resto de la formación.

Normalmente un anuncio como este presagia menor afluencia de público y un directo algo más pobre. Pero The Flamin’ Groovies son de todo menos normales, y Cyrill Jordan, Chris von Sneidern, Tony Sales y Atom Ellis se bastan y se sobran para convertir uno de los conciertos más esperados en el décimo aniversario SON EG en toda una fiesta.

Actitud, aptitud y unos cuantos temazos fueron la fórmula mágica para conseguir que el Garufa Club se viniese arriba desde el principio, incluso con los temas de su último trabajo, «Fantastic Plastic», sonoros y llenos de fuerza, pero alejados de lo que el respetable, reunido en torno a las leyendas que dieron forma al rock&roll, esperaban de una noche de martes tormentosa.

Daba igual. Todo sonaba a nuevo y vibrante en este directo. Incluso los instrumentos -la flamante guitarra de metacrilato encandiló al público y fue, probablemente, lo más fotografiado de una noche corta pero intensa-. No sonó Teenage Head al completo, cierto -en hora y cuarto de concierto no hubiese sido posible concentrar tanto riff guitarrero y tanta batería imparable-, pero sonaron grandes clásicos como «Whiskey Woman» -que mereció la ovación de un Garufa Club ya completamente entregado-, o «Evil Hearted Ada».

Que una banda nacida en 1965 consiga llegar al 2019 generando tanta expectación es todo un mérito. Que Tony Sales sea capaz de cantar así de bien y, a la vez, tocar la batería con esa despreocupación fluida y atractiva, que Cyrill Jordan no haya perdido ni un poco de su flow original -y se permita el lujo de salir a escena rompiendo cualquier prejuicio estético, que para eso es talento en estado puro-, que Chris Von Sneidern mantenga esa actitud tan increíblemente despreocupada, como si haber reinventado el pop no fuese con él, o que Atom Ellis se acercase tanto al público que prácticamente les pudiese tocar… eso ya es directamente magia.

Los Flamin’ Groovies salieron a escena y probaron micros antes de tocar -con la sala ya abarrotada- y se retiraron 60 minutos después, para volver a escena con un solo y coreado bis. Uno solo. Y el público aplaudió enfervorecido. Porque cuando eres tan grande que tu cantante falle, la duración del espectáculo o los años alejado de los directos no importan. Lo único que importa es tu talento, lo bien que suenas. Y la leyenda, claro. Y esa estos chicos -ya setentones- la llevan de serie.