Bruno Corrales

Lorena Álvarez es una artista diferente, no parece esa una opinión demasiado arriesgada a estas alturas. Su filosofía rural, desprejuiciada, recuperando para nuestros sentidos la música tradicional del norte de España sin atisbo de impostura, le sitúan como una artista imprescindible de nuestra música. Con una curiosidad innata por las distintas formas de llegar a una canción, con variedad de instrumentos y sobre todo ciertas temáticas que a nadie más se les habrían ocurrido. Lorena Álvarez, que por suerte es diferente, tuvo su gran noche el pasado martes.

La asturiana venía a presentar al Teatro Lara su “Colección de canciones sencillas”, que es realmente su primer disco totalmente en solitario, sin La Banda Municipal. Esto es, un trabajo más personal si cabe. Teatro prácticamente lleno y compañeros y socias como Soleá Morente o Alberto Acinas expectantes entre el público.

En esta su gran noche, la artista tuvo a bien invitar a un músico que alguna vez le ha acompañado. Nada menos que el guitarrista toledano Víctor Herrero, de curriculum mareante, encargado de abrir el concierto. Músico e investigador de poesía y folclore, nos regalaría unas pocas canciones maravillosas con la única compañía de su guitarra, frente al telón que por el momento todavía guardaba los secretos de Lorena Álvarez.

Pasadas las once de la noche se descubría ese escenario misterioso y la banda, en cuarteto, hacía acto de aparición acompañada en un primer momento de otras tres intérpretes, a los coros e instrumentos de viento, para embellecer aún más si cabe una canción crepuscular como ‘Cae la noche’. Detrás de los músicos, una estructura enorme de papel doblado adornaba el fondo del escenario. Poco después, la artista confesaría que el material destinado a ello surgía de una primera edición defectuosa de sus discos, llegada de fábrica con un tipo de papel incorrecto que al menos tendría esta segunda vida formando parte de la presentación. Hay a quien le cuesta especialmente poco ver el lado bueno de las cosas.

El concierto atravesó distintos estados de intensidad, con una primera parte algo melancólica y taciturna con canciones como la citada ‘Cae la noche’ o ‘Debajo de este olivo’. “Nuestra idea era quitarnos el malrollo y luego ya el cachondeo”, se medio disculpaba la protagonista en tono de broma, justo antes de introducir ‘Los eclipses’, una canción surgida del temor de su abuela, quien le decía que la guerra había llegado un día en el que la luna estaba roja. Así, se iban sucediendo un montón de estas nuevas canciones, sencillas quizá en intención pero para nada en cuanto a carga emocional o nivel de detalle. Lorena Álvarez entiende la música como la misma vida, poniendo el foco en lo que realmente importa. Otra que escucharíamos con curiosidad era ‘La huerta de mi padre’, con la que casi pudimos saborear esos tomates que saben a gloria o las dulcísimas zanahorias.

Llegaba entonces el momento de mirar un poco más hacia atrás, a las celebradas canciones de su primer disco, ingeniosas y divertidas piezas como ‘Manolo’ o ‘Persona’, con las que la noche fue adquiriendo otros colores más festivos, hasta el punto de que un caballo gigante quiso invadir el escenario en varias ocasiones, sin éxito. Unas operarias muy ocupadas esa noche serían también las que poco después harían volar papeles por el aire, a través de las butacas, cuando una Lorena Álvarez uniformada para la ocasión remataba la noche con ‘Si tú eres mi hombre’ y ‘Soy un olmo’.

O la hubiese rematado si los allí presentes no hubiesen pedido más, pero aquello era una fiesta y aunque pasaba la madrugada nadie parecía acordarse de su trabajo. Pudimos disfrutar de hasta dos bises, que concluían con una emocionante interpretación en solitario de ‘Nana mapamundi’. Una canción pequeña y grande de ingeniosa, que nos transportaba directamente hasta la cama para despedir un día inolvidable.