Por Beatriz H. Viloria

 

Para quien la música es un elemento clave en su vida e ir a conciertos el pan de cada semana, que una amiga se deje llevar a ver a un tipo del que nada sabe y regrese a casa feliz y agradecida por lo que acaba de presenciar es una gran satisfacción. Esto fue lo que consiguió el martes noche Scott Matthew a su paso por el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid, donde presentó en petit comité su último álbum, Ode to Others. 

Tras la intensa incursión de Gran Gran, apareció junto a su banda el australiano afincado en Nueva York, quien irradiaba felicidad después de un día libre por la capital. Con un recuerdo del Museo del Prado en forma de camiseta que realmente le hacía parecer El Caballero de la mano en el pecho de El Greco y una copa de vino en la mano, además de relajado, parecía sentirse como en casa. Aliviado por actuar en la sala 2 y no sobre las tablas donde estaba bailando Billy Elliot, afrontó la actuación como si de una reunión entre amigos se tratara.

 

 

Con nuevos temas como “Happy end”, dedicada a un amigo fallecido, o “End of days”, una bella y amable melodía con las últimas elecciones norteamericanas como fuente de inspiración, Matthew se abrió en canal. Sentado en un taburete alto y flanqueado por sus compañeros, teclado, ukelele, guitarras y un cello, la desnudez de la escena y su cercanía nos atraparon aún más si cabe. También su simpatía y sentido del humor, que no decayeron incluso en los momentos más emotivos de la noche, que no fueron pocos. Habiendo evitado escribir sobre el amor en sí, su nuevo trabajo es una colección de homenajes a gente querida que le obligan a tirar de recuerdos agridulces en cada concierto. Así ocurrió al reconocer que le ha llevado tiempo querer a su padre en “Where I come from”, al hablar de lo ocurrido en la discoteca Pulse de Florida, a cuyas víctimas dedicó “The Wish”, o cuando tuvo que contener las lágrimas antes de cantarle “Cease and Desist” a un familiar al que nunca conoció, pero a cuya historia se sintió ligado al conocerla.

 

 

Una íntima velada de confidencias que se sucedían entre sorbos de tinto y agua, donde las explicaciones no eran una simple técnica de relleno ni verborrea etílica. Desde su taburete, Matthew quería conectar con los presentes, deseaba que todos comprendiésemos lo que íbamos a escuchar, el significado de cada uno de esos versos. Que nos alegrásemos como él cuando compuso “Not just another year” por el aniversario de unos amigos. O transmitirnos la emoción que sintió cuando Boy George compartió en redes el videoclip de su revisión de “Do you really want to hurt me?”. Concedidos unos minutos a su gusto por el melodrama a través de “For Dick”, el guiño a Culture Club abrió la veda de las versiones, cambiando el tono de la noche.

Invitó al personal a invocar a Whitney Houston cantando a coro “I wanna dance with somebody”, para dejarle a él el protagonismo tras un breve receso. Únicamente acompañado por el piano y en modo crooner, nos transportó a la Gran Manzana de 1894, rescatando el tema popular “The Sidewalks of New York”, para rematar la faena acudiendo a Neil Young y su “Harvest Moon”.

Scott Matthew, ese tipo enorme y de corazón aún más grande, auténtico y transparente, se despidió asegurando que cada segundo que se dedica a la música se siente privilegiado. Alguien debería decirle que, al menos ese martes en Madrid, los privilegiados fuimos nosotros.

 

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