No todos los días tiene uno la oportunidad de disfrutar de una leyenda en directo. Tal vez por eso se respiraba auténtica devoción en el ambiente del Garufa Club antes de que Elliott Murphy subiese al escenario. Con todo el respeto al difunto y enormeo Elvis: el rey ha muerto, larga vida al rey. Y esta noche -y siempre- reina Elliott Murphy.

Cuatro décadas después de que «AquaShow» le catapultase como el genio que es y comenzase su periplo europeo el Newyorkino revisita los temas de su primer gran álbum en «AquaShow Deconstructed«, y lo hace genialmente acompañado por el guitarrista.

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Puntual como el Caballero de las Artes que es, su «The Last of the rockstars» abre el espectáculo y enciende aún más el clima de reverencia.

Pero la guitarra de Durand se encarga de convertir tanta magia en auténtica fiesta: «Everything I do» Llena de ritmo el escenario y entre el público ya no se puede retener más la energía, empiezan las primeras palmas tímidas para explotar con «Sweet Honky Tonk«. Murphy se lanza a acercarse al público, las palmas corean el tema y un single de 3 minutos se convierte en casi 6 de directo imparable.

Los fieles están ya en éxtasis. Y si quedaba algún pagano a estas alturas. «Take that devil out of me» exorciza a los pocos escépticos, y ambos artistas lo saben. Han empezado a sentirse cómodos en el escenario: piden al público coros, palmas, aplausos. Y logran todo eso y más a golpe de rasgueo con «I want to talk to you».

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«There’s something about Galicia«, explica Murphy «is the capital of blues in Spain. Well, tonight it is«. Y el respetable se derrite. Y las cuerdas vibran. Y la rasgada y especialísima voz de Murphy hace sonar «Take your love away».

«I don’t remember the first time I came to La Coruña, maybe in the 80s«, bromea el artista, que tiene ya a la sala entera en el bolsillo. Y vuelve de nuevo a sacar la armónica para bajar las revoluciones con «You never know what you are in for«. Durand sirve de soporte para que la voz de Murphy y su armónica blusera y atronadoramente magnífica hagan el resto. Este dúo está pensado para llegar, tocar y convencer, imposible no rendirse ante tamaño talento. Manejan los tiempos, los acordes y los rasgueos con auténtica maestría, y lo demuestran elevando de nuevo al público dando nuevas alas al tema, convirtiendo la balada en temazo rock a pulso y sin red.

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Cuando Durand coge una preciosa guitarrita de cuatro cuerdas para dar pie a «Come on Louann» Murphy bromea «once it was a big guitar, but he put it in the washing machine and you know«.

Llegado a este punto los artistas se sientan. «2016 is over, the best thing that happened last year was Dylan won the Nobel Prize». Y el público aplaude enfervorecido. Después de una hora de directo impecable e imparable tres temas calmados y suaves ayudan a recuperar el aliento. Nadie parece pensar en la gélida noche exterior, ni en el hecho de que a la mañana siguiente los despertadores sonarán inexorables. En el Garufa se vive en otro mundo. En un mundo mejor donde Elliott Murphy y Olivier Durand reinan sin disputa.

Se acerca el final y «A little touch of kindness» empieza a desgranar sus acordes mientras en el ambiente se intuye una ligera pero ineludible sensación de felicidad. De esa de verdad, de la que te hace sonreír cuando la recuerdas días después y te lleva a entablar alegres conversaciones con el desconocido de al lado. A cada rasgueo de Durand sube la temperatura, a cada golpe de cuerda de Murphy se alarga un minuto más la noche.

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Se acercan tanto al público que pueden tocarles. Puede que eso sea lo que quieran, que la cuarta pared desaparezca, y desde luego lo están consiguiendo.

Cuarenta y tres años después ese grito de ”rock&roll is here to stay» sigue sonando impecable, potente, fresco, necesario. Y Murphy cierra el concierto como lo empezó; por todo lo alto. Se marcha mientras el público suplica más a gritos. Y como buen rey, magnánimo y cariñoso, regresa a las tablas para regalarnos un último temazo, una perla negra que por si sola vale un directo: una versión de casi 10 minutos del «Heroes» de Bowie que hace perder la cabeza a los presentes.

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Tres temas más y ambos artistas se sienten tan a gusto que termina compartiendo guitarras: mástil de una, cuerpo de la otra. A cuatro manos y con auténtico genio termina un directo que mañana seguirá sonando en las cabezas de las 300 almas presentes esta noche en el Garufa Club. «Cheslea Boots» uno de sus nuevos temas, sirve de broche final a una noche que no muy tarde será leyenda. Y cuando creíamos que ya no se podía subir más, la pareja se descuelga con una versión del «Twist & Shout«. ¿Y quién puede resistirse a eso? El Garufa no, claramente. Cada hombre y mujer presente corea en éxtasis. No hay quien pare ya este tornado.

Más de dos horas de increíble maestría que demuestran que, si en 1973 hiciste un gran disco, ese mismo disco en nueva revisión será igual de grande que el primero. Apoteósico. Larga vida al Rey.

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